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Un juego de dos

                 PRÓLOGO

Unos ojos oscuros, un pelo muy rizado y negro, dos hoyuelos en una cara angelical. Un niño de unos doce años está jugando bajo la sombra de un árbol que hace unos minutos se ha convertido en su favorito. Para el parecer de ella, un intruso que ha invadido su espacio, su casa y sus juguetes.

—Es mi balón, ¡no lo toques! —gritó la pequeña de ojos verdes y pelo castaño, apretando los puños con fuerza hacía abajo. Pero esa mirada con pestañas excesivamente largas la observaba con tanta intensidad que hizo que se tragarse por un momento su propia ira. Sus miradas se cruzaron por primera vez. Mientras la de ella desprendía fuego por la rabia que guardaba desde hacía tiempo, la de él emitía una especie de calma que te invitaba a probar lo diferente.

No hizo falta mucho más para que ambos se dieran cuenta de que aquel encuentro significaría otro cambio más en sus cortas vidas.

—Mi madre me ha dicho que puedo jugar aquí contigo. —Aquella personita, que desde ese momento se había convertido en su peor enemigo, pasaría semanas acusándolo de ser un odioso entrometido porque creería que le robaría todo lo que era suyo, incluso la atención de su padre.

Pero ese día el pequeño se había acercado hasta ella con una sonrisa torcida, le había cogido una de sus trenzas, que caían por sus delgados hombros, y había jugado durante unos segundos con ella entre los dedos. Sus ojos, de un tono diferente a los de él, lo miraban con atención.

—Pues tu madre no manda en esta casa, ella no es la dueña. —Las palabras demasiado afiladas para salir de la boca de una niña de diez años habían conseguido borrar la bonita sonrisa del dulce niño.

Y ahí, en mitad del patio trasero de la casa, lleno de césped y enormes plantas, junto a un árbol que muy pronto sería testigo de muchos secretos, había un niño cariñoso, atento y responsable, frente a una niñita enfada con el mundo, que le igualaba la estatura aunque tuviera algunos años menos.

—Me llamo Saúl. —El pequeño extendió su mano de piel morena, la cual ella no dejaba de mirar con cierta desconfianza. Volvió a mirarlo a los ojos, y unas cosquillas muy agradables, a las que no hizo caso, se posaron en su estómago.

—Lo sé. —La niña se lo pensó durante unos segundos antes de aceptarla. No sabía si salir corriendo hacia su habitación, como reaccionaba desde hacía tiempo, huía de todo lo desconocido, o si darle una oportunidad a él y también a ella misma.

Su mano siguió extendida durante unos minutos más junto con una amable mirada, a la espera de ser aceptada.

—Yo soy Candela —dijo, al fin, apretando con demasiada firmeza su mano.

—Lo sé —repitió sus mismas palabras, y su guiño le sacó la primera sonrisa de otras muchas que llegarían más tarde.

En la actualidad…

1.       CANDELA

Le acabo de colgar el teléfono a mi padre y ya me estoy arrepintiendo de haberlo hecho. Es la única persona en esta vida capaz de ponerme de los nervios, sobre todo cuando va en ese plan de empresario cabezota y el razonamiento deja de existir en su diccionario. Le trato de explicar que lo que él y los de la junta directiva quieren es casi imposible, por no decir imposible del todo, y él me suelta que imposible en esta vida no hay nada y se queda tan a gusto, sin dejar que me explique, ya que todo lo que no tenga que ver con una solución inmediata le da exactamente igual.

Quiero a mi padre más que a nada en el mundo, sin embargo, cuando me hace sentir como si fuera una inútil que no sirve para nada, me dan ganas de dimitir y mandar todo bien lejos. Tampoco es que quiera que me vea como a su hija mientras estamos trabajando, pero sí necesito que me dé mi papel, el que me corresponde, porque me lo he ganado sacrificando gran parte de mi tiempo trabajando en su empresa y en sus proyectos.

Cada vez que discutimos es inevitable no preguntarme para qué tanto esfuerzo por ser la mejor, aunque… ¿la mejor en qué? ¿Es a esto a lo que realmente me quiero dedicar el resto de mi vida? Y entonces es cuando viene ese amasijo de pensamientos indescifrables, esa necesidad de cambiar de aires, de lugar, de vida. Pero después vuelvo al mundo real y continúo por donde lo había dejado, luchando para que se me valore, empezando por mi padre, pasando por la Junta y terminando por el becario, que el otro día me mandó a por café, lo que me faltaba para rematar la semana, que la última persona que pisa esta empresa encuentre su lugar antes que yo.

En cambio, luego está la parte en la que pienso en él como mi padre y no como el director de la empresa. Y entonces me doy cuenta de que es la única familia de sangre que me queda en esta vida, ya que mi madre hace años se fue inevitablemente para no volver. No porque ella así lo decidiera, sino porque una miserable y arrebatadora enfermedad acabó con su preciosa y perfecta vida y también con la nuestra. Y ahora solo quedamos él y yo contra el mundo.

—Buenos días. —Entro en la sala de juntas con paso firme y con el único sonido que dejan mis tacones al pasar.

 La falda negra entubada hasta las rodillas me hace parecer más formal, acompañada de una camisa de seda roja, con los dos botones de arriba desabrochados, a juego con el color de mis tacones, mis labios y un lazo que sujeta mi pelo ondulado en una cola alta.

Los grandes ventanales iluminan toda la sala con la luz natural de un bonito día, regalándonos unas maravillosas vistas del centro de Madrid. Las pocas personas que hay dentro de la sala me saludan con una sonrisa, menos Saúl, que me ignora sentado en un extremo de la imponente mesa de cristal, única pieza de mobiliario de la habitación junto a las doce sillas que la rodean, un enorme televisor colgado en la pared, situado a mi espalda, que utilizamos cuando hacemos videoconferencias, y mi parte favorita de esta sala rectangular: la pared del exterior recubierta solo de cristal. Es aquí donde paso los peores momentos de mi día, el lugar en el que debo ponerme la coraza de mujer fuerte, empoderada e invencible, donde tengo que disimular los nervios que me provoca hablar delante de once personas, todas de mediana edad menos Saúl, que tiene dos años más que yo. De cada reunión que aquí se celebra puedes salir ilesa o lesionada mentalmente. Eso es si todos van a una, si están en contra de tu opinión, es cuando puedes salir peor parada.

Saúl se ha convertido en la mano derecha de mi padre desde hace años, se podría decir que a ojos de todo el mundo es como mi hermano. Evidentemente para mí no, porque sería como si cometiera el mayor incesto mental y físico que nadie en esta vida ha cometido jamás. Nuestra historia es muy larga de contar y para los oídos de cualquier persona puede parecer raro, obsceno, lujurioso o asqueroso, según lo miren. Pero él no ha elegido esto, ni yo tampoco. Tan solo pienso que nuestras energías se encontraron en un momento determinado de nuestra vida y pasó porque tenía que pasar, conectaron y nosotros nos dejamos llevar. Luego está la manera de gestionarlo o de llevarlo a cabo, que, para mi parecer, ha sido lo más complicado.

A día de hoy, a mis veintisiete años, aún sigo esperando que alguien me muestre el camino adecuado, porque aún me siento perdida en todos los sentidos. De lo único que estoy segura es de que Saúl y yo estamos destinados a estar juntos, ¿cuándo?, no lo sé. Pero para mí es como la fuente de energía que necesito para seguir conectada a este mundo. La vida me lo ha ido demostrado cada día, aunque no es tan fácil como pensamos. No me preguntes a qué espero, porque esa respuesta sí la sé, y es que sigue habiendo algo más importante que mis necesidades ahora mismo, y se llama Andrés, mi padre.

—Candela. —Mi nombre retumba dentro de la sala sacándome de mis pensamientos—. ¿Puedes acompañarme fuera un segundo, por favor? —La petición de Saúl me sorprende y hace que frunza el ceño. Su pelo negro, ya sin rizos porque ahora lleva un pelado a la moda, su mentón cuadrado con una barba de unos días, pero bien cuidada, y esa mirada de largas pestañas no pasa desapercibida ante los ojos de cualquier persona.

—Quedan cinco minutos para empezar la reunión —me excuso con expresión seria y con la única intención de no quedarme a solas con él.

—Pues solo te robaré un minuto, te sobraran otros cuatro antes de que empecemos. —Y su tono firme y a la vez áspero me pone la piel de gallina porque adivino de lo que quiere hablar. Así que no me queda otra que asentir y salir fuera para terminar con esto cuanto antes, ya que necesito estar concentrada para la reunión.

Me dirijo a mi despacho, no quiero que nadie oiga lo que me tiene que decir, y menos que empiecen a haber rumores sobre nosotros en la empresa, pero una mano me atrapa con firmeza por el brazo y me impide continuar mi camino.

—Por favor, espera. —El tono de su voz ha cambiado, ha dejado de ser abrupto para convertirse en una dulce súplica.

—Saúl, aquí no —le impongo mientras miro hacia ambos lados, asegurándome de que nadie repara en nuestra presencia.

—Solo quiero saber por qué anoche no te presentaste a nuestra quedada. —Sus ojos marrones oscuros me miran con tanta intensidad que me dejan sin aliento—. ¿Por qué no avisaste de que no venías? Por lo menos haberte dignado a cogerme el teléfono, te estuve esperando despierto toda la noche en mi piso. —Su tono de voz me demuestra lo enfadado que está conmigo. Un sentimiento de culpabilidad aparece en el centro de mi pecho.

—Por favor, solo te pido que dejemos esta conversación para otro momento y para otro lugar —le exijo bajando lo máximo posible mi voz, pero como si lo que le dijera no fuera con él, se acerca hasta quedar a tan solo unos centímetros de mi cuerpo, y entonces el olor de su perfume me acaricia las fosas nasales y hace que se nuble esa parte racional que todos los seres humanos tenemos. Trago con dificultad, disimulando ese aturdimiento que solo él provoca en mí.

—Mi padre llegará en cualquier momento —le recuerdo. Esa frase le hace reaccionar y dar un paso hacia atrás. Ahora es él quien mira hacia ambos lados para cerciorarse que no hemos captado la atención de ningún trabajador.

En ese momento me escabullo y vuelvo dentro de la sala, donde ya estamos todos menos mi padre. Aprovecho para beber agua y centrarme en lo que tengo que decir, dejando atrás ese sentimiento que afloja mis piernas hasta tal punto de parecer que en vez de andar estuviera flotando en lo alto de una nube, pero con miedo de caer y hacerme daño. Concentro todas mis fuerzas en recuperar de nuevo el control de mi cuerpo y de mi mente y me olvido por un momento de los motivos de haber faltado a nuestro encuentro.

2.       CANDELA

Esta reunión es más rápida que de costumbre, dado que la he convocado yo y no me ando por las ramas. Voy directamente a lo importante, sin pensar en lo que puedan opinar después, porque si lo pienso, entonces no me saldrían ni las palabras de la boca. Las palmas de las manos llevan un rato sudándome, suerte que solo son las manos y nadie puede notarlo. Gracias al color de la tela negra de mi falda puedo limpiarme de vez en cuando con disimulo, evitando así que se marquen en la prenda las manchas de sudor.

Mi padre está sentado justo frente a mí, presidiendo la mesa. No puedo evitar fijarme en su expresión cansada, sigue siendo atractivo para su edad, a pesar de que las canas no pasan desapercibidas, pero le quedan tan bien que no están de más. He heredado sus ojos verdes y su estatura, aunque él sigue siendo más alto que yo. No tiene ni tiempo para mirarse al espejo, sin embargo, dedica la primera hora de la madrugada para salir a correr y seguir cuidando su aspecto, lo que supongo que también le sirve para despejarse y coger fuerzas para todo lo que viene después. Cuando ha entrado por la puerta, el murmullo de la sala se ha extinguido y todos han tomado sus asientos alrededor de la imponente mesa de más de tres metros de largo. A su mano izquierda se encuentra Saúl, que me mira tan atento que no ayuda a que pueda concentrarme. Cuando veo que ya todos están sentados y me prestan la atención que requiero, aunque sea solo por la llegada de mi padre, entonces es cuando me pongo la coraza de mujer segura y hablo.

—Nos han denegado todas las licencias solicitadas, me dicen en el Ayuntamiento que ese terreno no es edificable para edificios altos. Conocen a la perfección nuestra cadena hotelera, cómo trabajamos y qué es lo que estamos buscando. Por supuesto, he estudiado todas las formas posibles con el arquitecto para poder presentar un nuevo proyecto, pero, según el informe del perito, ese terreno es intocable para construir el hotel que ya habíamos aprobado en junta. —Los allí presentes escuchan con atención. El silencio persiste en la habitación a la espera de que sea el presidente el que tome la primera palabra. Mi padre suspira, descruza los dedos que tiene apoyados encima de la mesa y ojea los informes que he repartido antes de dar comienzo la reunión.

—En el dosier que os he dejado a cada uno encima de la mesa podéis ver el proyecto presentado, la comunicación denegada del Ayuntamiento, sus motivos y el informe de nuestro arquitecto con la modificación ajustada de lo único que se puede hacer en ese terreno. Cosa que no es lo que andamos buscando. —Ni siquiera cojo aire para seguir explicándome ya que necesito terminar cuanto antes.

—No perdamos más tiempo con eso y pasemos a lo que sí podemos hacer.  —Mi padre se dirige directamente a Ramón, el secretario de la Junta, dejándome allí de lado.

Y entonces vuelvo a sentirme como si no pintara nada en todo esto, como si mi tiempo no valiera la pena, parece que mis horas invertidas en ese trabajo no sirvieran para nada. Me siento en mi sitio disimulando el enfado que siento y a la vez el alivio de haber terminado de exponer todo lo que me correspondía. Saúl estudia mi expresión de una manera seria pero atenta. Esta vez no le mantengo la mirada como las otras veces en las que jugamos a un juego que solo entendemos él y yo. Mi mente está distraída y dejo de escuchar, solo oigo la conversación de fondo, sin pararme a pensar en las palabras que Ramón recita, porque la verdad es que no me interesa. Mi mente y mi energía fluyen, evadiéndose del ahora y viajando a un tiempo ya pasado.

 Pienso en lo que me hizo sentir el recuerdo de hace unos días, cuando fui a casa de mi padre, la casa que durante años fue mi hogar y también el de Saúl. Ese día parecía como si alguien me hubiera dicho que debía bajar al desván, no sabía a qué, pero como mi padre no estaba en casa aproveché para resguardarme entre los recuerdos de mi infancia, y entonces los vi. Eran sus pinceles y unos cuantos lienzos en blanco que ni siquiera le había dado tiempo a empezar.

Se me encogió el corazón al ver que mi padre seguía guardando lo que más identificaba a mi madre, esas emociones que cada día nos demostraba con cada lienzo pintado de paisajes de alegres colores, porque ese era su sello más característico, los preciosos paisajes que su imaginación le mostraba o los que ya había visitado. Sabía que mi padre aún no la había olvidado y eso me reconfortaba.

También vi el cuadro del paisaje que se veía a través de la ventana del salón de nuestra casa de verano y en la que nos instalamos los últimos años por la enfermedad de mi madre. Una casa preciosa de una sola planta, con los techos de madera y un gran ventanal, que nos mostraba a cada momento del día las preciosas vistas del mar y los colores de los atardeceres que nos acariciaban la piel cada tarde.

Se me viene a la mente la figura de mi atractiva madre, sentada en la silla del porche con los pies enterrados en la arena, disfrutando de ese tacto cálido y suave y de la brisa que en ocasiones le ponía los pelos de punta. Entonces mi padre o yo entrábamos en casa y le echábamos la manta por encima para que pudiera disfrutar del último color del cielo. Otras veces mi padre le preparaba el caballete con un lienzo en blanco y con el sonido de las olas de fondo se sumergía en su propio paisaje.

Se me hace un nudo en la garganta, tengo que detenerme unos segundos y dejar de pensar para que no se me escape una lágrima en mitad de la sala. Ese cuadro, el que vi en el desván de la casa de mi padre, despertó la curiosidad que había dejado aparcada durante años. El último cuadro pintado por mi madre, con un mar predominante y envolvente, me hizo agarrar mi propio dolor y mirarlo a la cara, fue muy duro ver como ese objeto todavía la mantenía con vida. Pero un sentimiento de tristeza y culpabilidad me hizo volver a este presente, culpabilidad por haber estado pintando a escondidas de mi padre desde que me enfrenté de nuevo con mi pasado.

—De eso te encargas tú, Candela.

Reacciono al escuchar mi nombre y asiento automáticamente como un robot, sin ni siquiera saber a lo que he accedido. Vuelvo al presente disimulando un amargo sabor de boca por esto último.

—Estupendo. Pues manos a la obra y damos por finalizada la reunión. —Mi padre es el último que toma la palabra.

Sin prestarles mayor atención a las personas que revolotean por la habitación me dirijo directamente a mi despacho para escapar de ese ambiente de testosterona que cada vez me chirria más, me apetece estar sola y no escuchar a nadie en este momento.

—Saúl, ayuda a Candela a organizar el viaje para las próximas semanas a Cudillero, Asturias. — Y el nombre de ese pueblo me obliga a detener mis piernas y pararme en seco, haciendo que se me forme un nudo en el estómago y se me encoja el corazón.

Busco la mirada de mi padre para hacerle un millón de preguntas y me doy cuenta de que él busca la mía, como si así pudiéramos hablarnos y decirnos todo lo que pensamos. Sin embargo, me sorprende ver que su mirada es incapaz de mantenerse a la mía, y sé el motivo. Sé que debajo de esa fachada de empresario todopoderoso hay una parte que también siente lo mismo que yo: dolor. Ya que hace años que ninguno de los dos somos capaces de visitar ese pueblo al que ahora él me envía, debido a que ahí pasamos los mejores años de nuestra existencia, felicidad que desapareció cuando mi madre murió y los dos decidimos despedirnos de todo eso que nos producía un agrio e insoportable dolor.

3.       SAÚL

Estoy enfadado con ella, demasiado para querer disimularlo. Cuando la he visto entrar en la sala de reuniones, no he podido evitar seguirla con la mirada, es la única persona capaz de dejarme prendido hasta de su forma de caminar. La he notado nerviosa cuando ha cruzado la mirada conmigo, sé que es porque tiene que dirigir la reunión delante de la Junta y eso la agobia. He intentado que leyera a través de mi mirada que tenemos que hablar, pero me ha ignorado apartando sus preciosos ojos de los míos. Esos ojos, los cuales me encanta ver de cerca y descifrar lo que me quieren decir, porque cuando los miro son como otro universo cargado de diferentes vidas y emociones, o a lo mejor soy yo, que la veo tan inalcanzable que soy capaz de imaginar a través de ella otro mundo totalmente diferente al mío.

No puedo dejar de mirarla mientras reparte con desparpajo los dosieres alrededor de la mesa, me fijo en cada uno de sus movimientos distraídos que hacen que parezca aún más sexi. Cuando suelta el último dosier, aprovecho para pedirle que, por favor, me acompañe un segundo fuera porque tengo que hablar con ella.

El que me ponga como excusa que va a dar comienzo la reunión me cabrea todavía más. No puedo esperar porque estoy seguro de que después me pondrá de nuevo otra excusa y luego alguien nos interrumpirá y no puede pasar más tiempo sin que hablemos. Necesito saber por qué no se presentó a nuestra cita. Esa noche iba a ser más claro que nunca con ella, tenía pensado abrirme y sacar todo lo que me pasa cuando la tengo cerca. Quería decirle que así no podemos seguir, que debemos dar el paso e intentarlo. Necesitaba que me expresara todo lo que ella también viene arrastrando. Ya no somos dos niños ni unos adolescentes que no saben lo que quieren. Yo sé lo que quiero y ella también debe saberlo, por eso no entiendo a qué esperamos. Bueno sí, sé que es lo que nos detiene, aunque también le iba a decir que estoy dispuesto a hablar con su padre y a dejar de esconder nuestros sentimientos. Porque esto es real…

Un sentimiento de alivio se posa en mi estómago cuando accede a concederme un par de minutos. Al verla caminar delante de mí con su paso firme no puedo evitar cogerla del brazo y detenerla. Me tengo que controlar para no lanzarme y devorarle esos labios rojos que me invitan constantemente a que los pruebe. Me remojo los míos y suspiro, me muerdo el labio de abajo con fuerza para recordarme dónde estamos y lo que no debo hacer.

—Solo quiero saber por qué anoche no te presentaste a nuestra quedada. —Esta vez me mantiene la mirada y puedo apreciar ese color verde intenso que tanto la identifica. Me fijo en el pequeño lunar de su barbilla y en el color sonrojado de sus mejillas. Me muero de ganas de acariciárselas, pero sé que no es buena idea, así que no hago nada. Me concentro e intento no mirar demasiado sus labios, ya que hacen que me olvide hasta de mi nombre—. ¿Por qué no me avisaste de que no venías? O por lo menos haberme cogido el teléfono, te estuve esperando despierto toda la noche en mi piso. —Me siento enfadado, pero a la vez necesito saber si el problema era que se había arrepentido o que de verdad le había ocurrido algo.

—Por favor, solo te pido que dejemos esta conversación para otro momento y para otro lugar —me pide bajando el tono de su voz. Sin embargo, no hago caso de sus palabras y me aproximo un poco más a ella. Noto que le afecta mi acercamiento y eso en parte me tranquiliza, me hace ver que le sigo provocando cosas. Me cuesta trabajo estar tan cerca de ella y no poder tocarla. Veo que su pecho sube y baja a un ritmo más rápido de lo normal, al igual que yo intenta controlar su respiración.

—Saúl, mi padre llegará en cualquier momento. —Me hace recordar el lugar en el que estamos. Aunque sea lo último que me apetece, me aparto un poco de ella y guardo distancias. Sé de sobra que no es el momento ni el lugar, pero necesitaba este acercamiento para cerciorarme de que entre nosotros no ha cambiado nada. Y así es, me lo ha demostrado a través de su mirada, su cuerpo ha sido el que me ha respondido.

Una vez en la reunión, la escucho con atención y estudio cada uno de sus gestos, esta vez no necesito disimular, ya que es ella el centro de atención. Por lo que puedo fijarme con tranquilidad, sin que nadie note nada, en cada expresión o movimiento al hablar, aunque ya me los sepa de memoria. Me encanta cuando levanta la ceja cada vez que termina de explicar algo y espera unos segundos a que alguien le pregunte, la manera en la que intenta disimular su nerviosismo girando entre sus dedos el anillo que siempre lleva puesto en el dedo corazón, incluso me encanta esa manera que tiene de evadirse de mundo, cuando mira fijamente hacia la ventana y en ocasiones se le escapa una pequeña sonrisa. Estoy seguro de que es porque le ha venido un bonito recuerdo o está soñando despierta a la vez que disimula que está presente. Pero yo sé que está en su propio mundo, en el que se aísla detrás de un muro que hace que se aleje de todo aquello que la rodea.

Cuando hace años tomé la decisión de irme a Estados Unidos y aceptar la petición de Andrés, sabía que esto podría pasar. Aunque fuera un adolescente alocado y estuviera perdido, era consciente de que la distancia con Candela traería serias consecuencias. La primera de todas era que los dos terminaríamos creciendo por separado y eso la alejaría de mí, la segunda consecuencia al irme a estudiar fuera era que podría enamorarse de otra persona y olvidarse de nosotros y la tercera era mi temor de que por fin se diera cuenta de que yo no era bueno para ella, a pesar de que hubiera decidido cambiar.

Sé que ahora no puedo ponerle la vida patas arriba, pero también sé que no podemos seguir como si nada pasara entre nosotros. Es evidente que cuando estamos rodeados de gente lo disimulamos, aunque nuestras miradas cuando se cruzan nos delatan. También sé que, al igual que ella a mí, yo le sigo provocando cosas cuando estoy cerca. Por eso necesitamos quedar a solas y hablar de todo este tiempo que hemos pasado alejados el uno del otro, obligándonos a hacer como que nada pasaba entre nosotros, forzándonos a crear una vida que no queremos. Si estoy seguro de algo es de que hasta ahora los dos hemos vivido en nuestra propia mentira. Y ya estoy harto. Voy a dar el paso, pero para eso necesito saber de su propia voz que ella también lo quiere así, necesito asegurarme de que lo que pasa entre nosotros es real y dejar de una vez de arrastrar un pasado que desea ser presente.

Hace trece años que me marché a estudiar al extranjero porque fue ella la que me hizo darme cuenta de que necesitaba volver a ser buena persona, tenía que alejarme de ese mundo turbio en el que me había metido yo solo. Si de verdad la quería, me hacía falta un cambio en mi persona y en mi actitud, ya que ella se merecía al mejor para compartir su vida y no a un despojo humano, que era en lo que me había convertido a mis dieciséis años. Por lo que supe que antes de nada tenía que quererme yo para que ella me quisiera bien. Mientras pasaba el tiempo y los dos crecíamos por separado, me di cuenta de que debía dejar que ella hiciese su vida. Hubo unos años en los que intenté con todas mis fuerzas sentirla como a una hermana y casi creí conseguirlo, aunque esa fachada siempre se caía cuando volvía a casa por Navidad o en verano y la tenía de nuevo cerca, entonces todo lo que había conseguido cuando estaba fuera de casa se convertía en un simple mito. Pero aun así intentaba mantener las distancias con Candela, sabía que no era el momento ni el lugar y que lo nuestro siempre sería complicado debido a que por medio había una persona importante, la única que me quedaba como familia y que sabía más que de sobra que la perdería en el caso de que ella y yo no fuéramos solo hermanos.

Todo este tiempo que he estado de vuelta, viendo a Candela cada día, trabajando en la mayoría de las ocasiones codo con codo con ella, me he dado cuenta de que me he estado mintiendo a mí mismo durante todos esos años, haciéndome creer que hay otras personas en el mundo que pueden hacernos olvidar. Lo que realmente estamos haciendo es escondernos detrás de una fachada de falsas apariencias, que, a lo mejor, en alguna ocasión podemos llegar a querer a esa persona que hemos escogido creyendo que nos puede hacer olvidar, pero ten por seguro que nunca llegaremos a amarla.

4.       CANDELA

Me encierro en mi despacho e intento pensar con claridad, aunque me resulta difícil después de encontrarme con la sorpresa de que tengo que viajar al pueblo del que un día mi padre y yo huimos, como si ese lugar hubiera sido el culpable de la muerte de mi madre. La teoría la sé muy bien, pero la práctica es otra muy diferente, porque aún duele. La realidad es que tuvimos que echarle la culpa a algo para poder sobrevivir a esa tristeza e impotencia que nos abrasaba todo el cuerpo. El simple hecho de saber que ya no la volveríamos a ver más nos partía el alma en dos. Para mi padre fue el amor de su vida, su compañera y su mejor amiga, y para mí, la madre perfecta que se fue demasiado pronto y no pudo enseñarme todas esas cosas que requieren tiempo para hacerte fuerte.

Pasamos los mejores años de nuestra vida en Cudillero, cuando éramos una familia real, cuando compartíamos tiempo juntos. En ese entonces mi padre trabajaba desde casa, siempre tenía una excusa para hacer un plan nuevo con mi madre y conmigo.

Si cierro los ojos y me imagino de nuevo en ese lugar, aún la siento e incluso hasta puedo oír su dulce risa, porque siempre estaba riendo, mi padre no dejaba de hacer tonterías y de gastarnos bromas con tal de que nunca perdiéramos la sonrisa. En ese momento, lo que más le importaba era hacernos felices a «su cielo», así nos llamaba. Decía que yo era como la luna que iluminaba sus noches y mi madre, la estrella que siempre lo guiaba.

Esa felicidad plena solo duró ocho años de mi vida y sin esperarlo se esfumó de la noche a la mañana. A mi madre le diagnosticaron un cáncer terminal. Solo vivió un año desde que le dijeron la nueva realidad, y a raíz de su muerte todo cambió. Nos marchamos de ese pueblo, nos mudamos a Madrid, donde mi padre tenía el hotel central de su cadena hotelera, y estuvimos allí viviendo unas largas semanas. Luego íbamos y veníamos, viviendo así entre unos hoteles y otros, visitándolos y haciendo y deshaciendo maletas cada día. Mi padre se volcó en el trabajo más que nunca, aunque entendía que yo aún solo era una niña a la que no podía tener así por mucho más tiempo. En el hotel estaba segura, sin embargo, no era lugar para educar a una niña de tan solo ocho años de edad. Un día, sin esperarlo, me vendó lo ojos para darme una sorpresa y por un momento me hizo sentir como que nada había cambiado, como si la muerte de mi madre solo hubiera sido una amarga pesadilla. Me llevó en coche hasta un sitio que se convertiría en nuestro nuevo hogar: una preciosa casa en un barrio muy lujoso, donde las casas no parecían casas, sino castillos. Cuando me mostró nuestra nueva residencia salté de alegría, pero eso solo duró unos minutos, los suficientes para darme cuenta de que nada volvería a ser como antes, porque siempre faltaría ella, la persona más importante de mi vida.

5.       CANDELA

—¿Y ahora? ¿Tienes un momento? — Saúl aparece justo en el umbral de la puerta de mi despacho, no sé cuánto tiempo lleva ahí plantado, pero su presencia me saca de golpe de mis pensamientos.

Suspiro, asiento lentamente y más sería de lo normal lo hago pasar porque después de tener esos recuerdos siempre necesito unos minutos para recuperarme. Su caminar firme y elegante hace que me fije en él y en su físico. Saúl viste bien, sabe combinar los trajes con las corbatas. Es demasiado formal para mi gusto, pero no lo culpo, ya que es lo que tiene trabajar en la empresa de mi padre, que siempre tienes que venir vestido impecable y con ese toque elegante si no quieres que te llame la atención y te haga volver a casa para cambiarte de ropa. Y sí, lo digo porque a más de un trabajador se lo ha hecho, incluido a mí.

Saúl me mira fijamente mientras se va acercando hasta donde yo estoy sentada. He de reconocer que no a todo el mundo le queda igual de bien el traje, su estatura de metro ochenta y su cuerpo bien trabajado de gimnasio hacen que le quede como un guante. El que hace años fue mi mejor amigo se ha convertido en esa clase de hombre formal al que cuando sonríe le salen dos hoyuelos y te muestra su lado más canalla. Es lo que siempre me ha atraído, esa parte que esconde y que en muy pocas ocasiones saca a pasear, pero que cuando lo hace, el mundo arde y arrasa con la persona que tiene delante. Es guapo, para que evitar lo evidente, es muy guapo. Pelo moreno ondulado, ojos oscuros y pestañas largas y muy espesas, lo que le dota de una mirada intensa y profunda. Mentón cuadrado, barba cerrada y boquita pequeña, aunque… no voy a seguir por ahí porque me pierdo en él y no puedo permitírmelo.

Saúl ha llegado hasta mi escritorio, se ha tomado la libertad de apoyar su bonito trasero en él, frente a mí, y se ha cruzado de brazos con un aire serio, lo que hace que parezca más irresistible e inalcanzable. Por un momento dudo, no sé si me está provocando o es producto de mi imaginación enfermiza.

—Sigo esperando una respuesta. —Su tono serio y decidido me demuestra que no viene de modo juguetón como otras veces, por lo menos, de momento. Y se lo agradezco, porque me prometí a mí misma que ese sería el último beso que se nos escaparía, no podemos permitir ese tipo de comportamiento en la oficina ni en cualquier otro lugar.

—Ya sabes que no me gusta hablar de ese tema en el trabajo. —Me reclino en mi asiento y me pongo un poco más cómoda, cruzo las piernas sin evitar que la raja de mi falda entubada se abra sin querer. Me fijo en la manera en que su mirada recorre de arriba abajo mi cuerpo hasta posarse de nuevo en mis ojos, sin ningún tipo de disimulo, tan descarado como cuando era un adolescente engreído—. Podría entrar alguien y pillarnos… —le advierto.

—Que yo sepa, no estoy haciendo nada malo. ¿Y tú? —Me mira con una ceja arqueada y se muerde muy lentamente el labio de abajo. Y eso me confirma que viene con ganas de guerra y que no se va a marchar hasta conseguir su cometido.

—Yo estoy muy tranquila, de momento, y no quiero jugar con fuego… —le aviso de una manera seria pero cercana. Con él es complicado mantenerme en mis cabales, jamás he roto tantas promesas juntas en tan poco tiempo. Es muy complicado mantener la compostura cuando las ganas te queman por dentro.

—Con fuego llevas jugando desde hace semanas, nena, y creo que ya estás más que quemada. —Me deja ver sus hoyuelos junto a una pequeña sonrisa de medio lado y no puedo evitar devolvérsela. Esa manera de sonreír me atrapa desde que tenía diez años. Tiene razón, hace semanas que pequé y sé que nos la estamos jugando, pero a veces lo prohibido tiene eso que te impide resistirte. —¿Por qué no viniste anoche tal y como habíamos quedado? —me repite la pregunta de antes, pero ahora lo hace de un modo más cariñoso.

—Porque de pronto me acordé de tu novia y he decidido que no me apetece jugar más a este juego. —Como si hubiera recibido un golpe directo a la entrepierna junto a un cubo de agua fría echado por lo alto de la cabeza es la reacción que ha tenido Saúl ante mis palabras.

—Ya te expliqué que Cayetana y yo no somos nada. —Saúl se descruza de brazos y se mete las manos en los bolsillos de sus pantalones con aire despreocupado.

—Pues, para no ser nadie, bien que la trajiste la otra noche a la cena de los inversores. —Cambio de posición y vuelvo a cruzar la otra pierna, dejando ver de nuevo parte de mis muslos. Sí, reconozco que me encanta provocar a Saúl en estas situaciones en las que el control se le escapa de entre los dedos.

—Ya sabes las indicaciones de tu padre, debíamos dar un aire formal en la cena para ganarnos la confianza de los allí presentes. —Saúl me mira fijamente, sin poder remediar desviar su mirada de vez en cuando por mis piernas—. Además, tú también fuiste acompañada por el imbécil de Dani.

—Dani es mi amigo y no es un imbécil… —le contesto manteniéndole la mirada.

—Dani es un hombre y está deseando meterse en tus bragas.

—¿Y por eso es imbécil? Perdona que te diga, pero no todos los hombres son tan depravados como tú. Dani es diferente.

—Perdona que te diga, pero me di cuenta de cómo te miraba cada vez que te levantabas o te alejabas de su lado, cómo te acariciaba cuando te tenía cerca y cómo te susurraba idioteces al oído para hacerte reír. —Saúl se ha acercado hasta mi cara para recriminarme el comportamiento de mi amigo.

—Demasiada atención le prestaste esa noche a Dani. —Le mantengo la mirada—.  A ver si vas a ser tú el que está enamorado de él.

—De él no. Pero sí de ti.

El silencio invade mi despacho. Que Saúl me vuelva a declarar lo mismo que hace unos días me pilla por sorpresa, no le quiero creer, no cuando sé que hay más personas en su vida.

Suspiro para no perder el control de mi cuerpo por su acercamiento, sé que me he mantenido mucho tiempo callada. Saúl ha aprovechado mi silencio para acercarse más a mí. Se ha agachado a mi lado, ha posado sus dos manos en ambos brazos de mi sillón y se ha acercado tanto a mi cara que casi puedo saborear sus intenciones.

—Dejemos de poner excusas y hablemos claro de una vez. ¿Por qué no nos vemos esta noche en mi piso? —La insistencia de Saúl no me pone las cosas fáciles. ¡Claro que quiero pasar esta noche en su piso! ¿Pero luego qué? Y lo peor de todo es que lo sé, sé qué es lo que viene después, sé que lo vamos a pasar tan bien que no voy a querer que termine la noche, ya que por la mañana todo se desvanecerá cuando volvamos al trabajo, a la realidad, a hacer como que entre nosotros no pasa nada, porque para mi padre y para todos, somos hermanos.

—Porque no está bien lo que estamos haciendo, Saúl —le digo al fin.

—Somos adultos, Candela, no tiene nada de malo que dos personas se gusten. Sabes de sobra que tenemos que hablar, por eso quería que vinieras anoche a mi piso. Necesito que nos dejemos ya de juegos y pasemos a algo de verdad.

—Eres mi medio hermano, maldita sea. —Me pongo de pie de un solo movimiento y me alejo unos metros de él dándole la espalda y mirando por el gran ventanal con la vista fija en un punto sin importancia. Necesito mantener distancia para pensar con claridad.

—Pero no de sangre —aclara inmediatamente mientras noto que se acerca a mi espalda—. No estamos haciendo nada del otro mundo.

—Para mi padre es como si lo fuéramos, él te ha criado y te quiere como a un hijo. Ya sabes lo que cada día nos repite sin descanso.

—«La familia es lo primero en esta vida…» —Saúl repite con desgana sus palabras.

—Hemos crecido juntos. —Me giro para mirarlo de nuevo—. Te ha dado lo mismo que a mí y te ha tratado como si lo fueras desde el primer momento que entraste por la puerta de nuestra casa con tu madre, se ha hecho cargo de ti desde que ella…

Me muerdo la lengua para no continuar por ahí, aunque ya es tarde. La expresión de Saúl ha cambiado, ha dejado de mirarme y enseguida me arrepiento de haber sacado ese dichoso tema.

—No sigas por ahí, por favor. —El entrecejo fruncido me hace ver su confusión y el dolor que le ocasiona el recuerdo de una madre que se marchó de la manera más miserable que hay. Yo tampoco me puedo explicar cómo alguien es capaz de abandonar a su propio hijo, pero el mundo nos demuestra cada día que el ser humano deja de serlo cuando es cegado por la avaricia.

—Perdón, no era mi intención recordarte el pasado, pero necesito que entiendas que el camino por el que vamos no es el correcto. —Mis palabras lo atraen de nuevo hacía mí. Sus manos acarician mis brazos de un modo cariñoso.

—¿Y cuál es el correcto, Candela? Porque no puedo evitar sentir esto que siento por ti, ojalá todo fuera más fácil, ojalá te pudiera querer como a una hermana, pero esto no lo he elegido, ni tú tampoco. Yo no puedo verte como a una hermana y creo que ya te lo he demostrado, al igual que tú tampoco puedes verme como el hermano que no soy. Me marché para cambiar, para convertirme en el hombre que te mereces, sabiendo las consecuencias que eso acarrearía…

El corazón me late con fuerza, pero no me da lugar a contestarle porque Saúl se ha marchado de mi despacho antes de que pudiera decir nada.

Y así es, no puedo verlo como a un hermano, me atrae tanto como a Adán y a Eva la fruta prohibida. Aun así, sé que seguir por ese camino es complicarnos la vida y la existencia en esta empresa. Y no solo eso, también está la parte más importante: mi padre. Si se llegara a enterar, lo destrozaríamos por dentro. Para él somos sus dos hijos. La única familia que tiene y la cual ha sacado a delante él solo.

El sonido de mi móvil me trae de vuelta a la Tierra.

Dani:¿Te apetece tomar esta noche unos vinos?

No le contesto en el momento, aunque me apetece ver a mi amigo y emborracharme como si no hubiera un mañana, las palabras de Saúl aún están retumbando en mi mente. Quiero dejar de sentir toda esta culpabilidad de hacer continuamente lo incorrecto.

Y con respecto al tema de Dani, sé que Saúl tiene algo de razón, pero jamás se la daré. Hace años Dani y yo tuvimos momentos que traspasaron la línea de la amistad, en una fiesta universitaria terminamos la noche en el piso de las amigas de su hermana. Me lo estaba pasando tan bien que le supliqué que, por favor, se quedara un poco más conmigo, que aún no me quería ir, y ahí empezó todo. Lo que pasó en una de las habitaciones de ese piso me hizo tocar el cielo hasta tal extremo que pasé semanas sin poder mirarlo a la cara. Nos enrollamos con tres personas más, de las cuales no conocía ni sus nombres, pero una cosa nos llevó a la otra, y al final terminamos Dani y yo alejándonos del grupo de desconocidos para continuar nosotros solos devorando nuestros cuerpos hasta terminar follando como dos salvajes sin ningún miramiento. Fue una época de mi vida en la que me sentí muy sola. Emma, mi mejor amiga, no estaba; Saúl, con sus idas y venidas, me tenía desquiciada; y, aunque no era escusa, Dani y yo pasábamos mucho tiempo juntos. Esa vez estuve semanas sin poder cogerle ni el teléfono de la vergüenza que me daba recordar mi comportamiento. Al poco tiempo, Dani se presentó en mi casa y me pidió que lo olvidáramos, que prefería tenerme como amiga, que pasáramos página y que si yo estaba segura de que entre nosotros no pasaría nada más pues que él también se olvidaría de lo ocurrido. Así que continuamos como si nada, aunque al principio fue complicado, al final conseguimos hacer como si nada hubiera pasado entre nosotros. Recuerdo mis días en la universidad solitarios, la mayor parte del tiempo prefería estar sola que con gente a mi alrededor, no era de hacer muchas amigas, así que esa temporada en la que Emma no estaba, Dani y yo salíamos muy a menudo al cine, a cenar o de fiesta. Hubo un tiempo que hasta mi padre creyó que estábamos saliendo, porque en verano venía mucho por casa y pasábamos las horas juntos, en la piscina, haciendo postres con Estela, mi cuidadora, o en mi habitación viendo alguna película. Había una parte de Dani que me gustaba, que me hacía sentir tranquila, a gusto. Me conocía y era muy fácil reír con él. Sin embargo, también estaba la parte en la que los dos habíamos crecido, nuestros cuerpos habían cambiado por completo y todos los cambios de Dani habían sido para bien. El pelo color caramelo se le había puesto un poco más rubio, sus ojos, de un azul intenso e iguales que los de su hermana, no pasaban desapercibidos, se le marcaba el mentón y la escasa barba le hacía tener una cara aniñada pero irresistible. Me sacaba una cabeza, y, al jugar al fútbol en el equipo de la universidad, su cuerpo era atlético. Pero Saúl siempre estaba ahí sin estarlo, y siempre había sido Saúl. Aunque se marchara de nuevo y pasara meses sin venir a casa, en mi cabeza era como si estuviera grabado a fuego. Llegó un momento en que Dani y yo no sabíamos lo que teníamos, así que tuvimos que dejar las cosas claras entre nosotros. No éramos novios, simplemente nos gustaba pasar tiempo juntos. Él salía con otras chicas y yo… de vez en cuando también había algo por ahí, aunque no llegaba a ser más que una cita que rara vez continuaba con una segunda. Entre nosotros nos entendíamos muy bien, pero no sabía cómo llamar lo que él y yo teníamos, sabíamos que había más que una amistad porque nos atraíamos, nos gustaba pasar tiempo juntos, lo pasábamos muy bien, sin embargo, también sabía que nunca llegaríamos a nada más, porque cuando creíamos que todo estaba estable, aparecía Saúl y me lo volvía a poner todo patas arriba.

¡Quiero leer toda la novela!