
1. ÁFRICA
Esa soy yo.
Y no sé por qué, pero desde siempre me han llamado la atención los significados de los nombres, sobre todo, del mío.
África es de origen latino, etimológicamente proviene del griego que significa «la mujer que vino».
Y digo yo, el vino que me pimplo cada noche porque yo lo valgo y porque es lo que más me relaja después de estar escribiendo más de diez horas al día. Una copita de esas es como oxigenar de nuevo tu cerebro para que así vuelva a tener nuevas ideas a la mañana siguiente.
Su significado proviene de «mujer cálida» o «expuesta al sol» y si indagamos un poco más, también dice ser «mujeres que se caracterizan por sus habilidades sociales y su don de gentes».
¡Ja! Y yo que me río de los expertos que se dedican a definir los nombres. Aunque más bien me río de mí y de la conexión que existe entre el significado y mi persona.
Si sigo leyendo un poco más, dice: toda aquella persona que tiene una gran facilidad para comunicarse con el resto, le gusta sacar temas de conversación con todo el mundo y odia el silencio y la soledad. Siempre tiene una sonrisa y una palabra amable para todos y teme no ser querida por su entorno de la misma manera que quiere ella.
Ya no voy a entrar a lo que cuentan sobre cómo son con respecto al sexo, porque puede que ahí sí tengan un poquito de razón. Pero dejémoslo estar y no entremos en detalles.
En todo esto creo que conmigo no han acertado ni una, porque don de gentes solo lo tengo cuando me obligan, es decir, en las reuniones de mi trabajo. Facilidad de comunicarme sí, pero únicamente a través de mis palabras, ya que desde hace tiempo me dedico a escribir historias ajenas por las cuales me pagan un pastizal si una vez escritas les dejo poner su nombre en la portada en vez del mío.
Lo de sacar temas de conversación tampoco es que vaya mucho conmigo, y ante un silencio incómodo mi frase preferida es: «Voy al baño, vuelvo enseguida». Y eso de tener siempre una sonrisa en la cara… ¡ERROR! Solo cuando me miran o cuando estoy con los míos. Ahí sí me sale sola. Tampoco temo a no ser querida por el mundo; es evidente que todos queremos ser correspondidos por los que de verdad nos importa, pero los momentos de soledad los agradezco tanto como unas vacaciones de un mes en una isla desierta tirada panza arriba en la arena. Me encanta estar sola y el silencio, aunque también reconozco que adoro la buena compañía. Por lo tanto, creo que soy una persona de lo más normal.
Y a todo esto he de aclarar que mi madre no tenía un nombre para mí cuando nací, simplemente porque no quería saber mi sexo hasta que me vio como Dios me trajo al mundo o, más bien, como ella me trajo al mundo, porque lo suyo le costó.
Al verme tan morena de piel —que yo creo que, por el contrario, venía amoratada por las ganas con las que salí de ahí—, a juego con una mata de pelo negro que cubría gran parte de mi cuerpo, junto a unos ojos tan claros como el cielo, herencia de mi abuela paterna, lo primero que le vino a la cabeza fue el nombre de África.
Mi madre dice que por la calidez que le transmití en ese momento en el que me vio por primera vez y yo creo que más bien le recordé a un mono peludo de la sabana africana.
En fin, ese comentario lo suelo soltar cuando ella no está delante porque termino estropeándole ese momento de déjà vu que cuenta en todas las comidas familiares una y otra vez, orgullosa de cómo nacimos mi hermana y yo.
2. SIMPLEMENTE ELLAS
Cloe: ¿Cómo se puede ser tan tardona?
Mia: Porque es África.
Yo: ¡Llegando!
Cloe: Sí, eso espero, porque estás a punto de quitarle el puesto a tu hermana.
Mia: ¡Imposible! El puesto de tardonairremediable no se lo quita ni mi madre desde Nueva York.
Yo: Dejad de criticarme, pedazodepedorras, que me pitan los oídos solo de leeros. Y querréis decir tardonairresistiblementeencantandora, ¿no?
Cloe: Sí, eso mismo, pero venid ya, que me estoy pillando el pedo sin vosotras.
Yo: ¿Con el refresco de naranja? ¡Lo dudo!
No puedo evitar soltar una carcajada mientras ando embelesada en nuestra típica conversación disparatada de WhatsApp.
Cloe: Pues imagínate los gases que me van a dar esta noche por culpa de las hermanas Walton Crespo.
Mia: ¡Las mejores!
Cloe: La verdad es que ya puestos podríais cambiar de apellido y en vez de Crespo llamaros Crispo.
Yo: ¿?
Temo el final del chiste de mi mejor y única amiga, porque Mia no cuenta como tal ya que la he terminado de criar yo.
Cloe:Crispo, de lo mucho que me llegáis a crispar, señoras.
Tras soltar la tontería más grande del planeta, ya me la imagino riéndose a carcajadas ella sola, sentada en una mesa, dándole igual el mundo entero, porque así es Cloe. Es la mejor persona con la que te puedes cruzar en este mundo donde los buenos amigos solo se pueden contar con los dedos de una mano, la única capaz de hacerte reír en el peor día de tu vida, la que cuando necesitas una copa bien cargada ella te acompaña con su refresco de naranja, por el simple hecho de que no necesita beber para cambiar el chip, para tomarse la vida de otra manera, para ahogar las penas, para vivir el presente y no estar atrapada en el pasado o futuro, simplemente porque ella, además de ser única, es feliz. Es la única persona que conozco que dice ser completamente feliz. Y lo corroboro.
—Perdonad, chicas, no os podéis imaginar lo que me ha pasado. —Entro en nuestra cafetería favorita todo lo veloz que mis tacones altos me dejan. Reparto besos y abrazos y me siento, decidida y a la vez sofocada.
—No me cuentes más. Te has cruzado con Mario Casas y te ha pedido el número de teléfono para cenar esta noche —Cloe se burla de mí.
—Ya le gustaría a ella —Mia contesta y luego se ríe con ganas.
—Pues sí, la verdad que me hubiera encantado cruzarme con el amor platónico de mi vida, para qué engañarnos. Pero no, ese no ha sido el motivo de mi tardanza.
—Te ha llamado Alejandro Sanz para que le escribas su biografía —Cloe continúa con el ataque de sus propias suposiciones.
—Eso ya lo hice, pero no hablé con él directamente, sino con su agente. —Chasco la lengua al recordar ese momentazo en el que recibí la llamada de la editorial donde me pasaban directamente con Manu Gallego, su agente, porque quería concertar una cita conmigo para que, después de firmar un contrato de confidencialidad, me contara la vida de Alejandro y yo la reescribiera.
—Jamás lo vi —digo con cara de pena.
—¿A quién? —Mia pone su típica expresión de besugo cuando no se entera de algo porque hace un rato que se ha perdido nuestra conversación absurda.
—¡A Alejandro! —gritamos al unísono Cloe y yo.
—Pero si recibiste un correo donde te agradecía tu trabajo y lo mucho que le había gustado. Sí, ese que nos estuviste leyendo durante una semana entera. —Mia vuelve a integrarse en la conversación.
—Hasta que me di cuenta de que el e-mail lo había escrito su agente. —Pongo los ojos en blanco, decepcionada por ese momento en el que recibí el último correo donde se despedía de mí, felicitándome de nuevo por mi trabajo. Esa vez se le olvidó firmar como «A. Sanz» y lo hizo con el suyo propio, «M. Gallego». En fin…
—Bueno, dispara, y cuéntanos qué te ha pasado. —Mia deja, por fin, su móvil sobre la mesa; aunque la pantalla no deja de iluminarse, pero lo ignora. Me mira con esos ojitos expresivos que me recuerdan tanto a los de mi madre. A diferencia de los míos, su color es de un tono marrón oscuro. Creo que en lo único que ella y yo nos parecemos es en la longitud de las pestañas y en la forma de las cejas, bueno, y también un poquito en los labios. Y nada, tengo que reconocer que sí, que ella y yo nos parecemos bastante, físicamente. Una de las diferencias podría estar en que yo le saco cuatro dedos de altura y que su pelo es corto, pero moreno como el mío. Hoy lleva esas dos trencitas de raíz que en ocasiones se hace ella misma, lo que la hace parecer aún más joven.
—Pues cuando estaba saliendo por la puerta del piso…
—Mentira. Seguro que en vez de salir te estabas retocando las pestañas en el espejo de la entrada —me corta Cloe, diciendo una verdad como un templo. Me conoce bien.
—Sí, bueno, eso… Pues me di cuenta de que me había dejado el móvil en el baño. Corrí a buscarlo, y cuando lo cogí y me di la vuelta dispuesta a salir, me tropecé con la esterilla, con la mala suerte de que la tapa del váter estaba abierta… —Las dos me miran con los ojos como platos, luego se miran entre ellas, imaginándose el resto de la historia, y una carcajada insoportablemente alta retumba por todo el local.
—¡No puede ser! —Cloe quiere que termine de reafirmar lo que ya se imagina.
—Así es. Se ha colado dentro del váter como si hubiese metido una canasta en toda regla, como toda una profesional del baloncesto —me lamento mientras me recuesto en mi silla, en una postura lo suficiente cómoda para escuchar sus bromas sobre el asunto, porque ahora sé lo que toca.
Las dos vuelven a reír con ganas. Yo, mientras tanto, espero de brazos cruzados a que se les pase el ataque de risa. No dejan de balbucear cosas que le hacen todavía más gracia. Aburrida de esperar, me levanto, pido una copa de vino y voy al baño porque sé que aún les queda un rato para terminar de hacer chistes sobre lo ocurrido.
A la vuelta, el ambiente ya está más relajado, aunque sus caras siguen rojas como tomates por el esfuerzo y sus ojos lagrimosos de reír tanto.
—En fin, creo que le has quitado todo el protagonismo a lo que yo quería contaros. —Cloe quita una mota imaginaria de la manga de su jersey mientras se hace la interesante para que le preguntemos sobre el tema.
—¡Suéltalo ya! —le insto mientras doy un largo trago a la copa.
—Pues, como sabréis, este año mi cumple cae mejor imposible: sábado sabadete, polvo polvete y luego corre y vete —termina cantando con gracia.
—Ese dicho te lo acabas de inventar, ¿no? —Mia pregunta distraída mientras le sonríe como una boba a la pantalla de su móvil.
—Ese dicho es así de toda la vida. Bueno, a lo que iba, que sepáis de antemano que el próximo sábado no podéis hacer planes porque tenéis cita conmigo y con unas cien personas más.
—¿Y en esa lista está incluido Marc? —pregunto directamente a la vez que intento quitar importancia a ese asunto porque creo saber la respuesta de mi amiga.
—Por supuesto que no, pequeña.
La contestación de Cloe no me gusta demasiado.
—¿Y se puede saber por qué? —insisto.
—Porque no trata bien a mi amiga, y quien no te trata bien, no son mis amigos. Lo siento —sentencia, acompañada de una mirada más seria y desafiante.
—Bobadas, Cloe. —Me aparto el pelo de la cara y me lo peino hacia atrás, dejando caer las ondas por mi espalda, controlando mi impaciencia por justificarme—. A ver, Marc y yo tenemos una relación diferente, pero no por eso es menos especial —aclaro de forma inútil porque sus caras siguen siendo de indiferencia.
—Si quieres hacerte la tonta, allá tú, pero a mí no me la pegas, amiga. —Sin darnos cuenta, el ambiente ha cambiado de un momento a otro.
—Estoy con Cloe. África, este tipo hace contigo lo que se le antoja, y solo te llama cuando le pica. Eso no es relación ni es nada. —Mia pasa al bando de Cloe. Perfecto, lo que me faltaba, dos contra una.
—Chicas, me gusta mi independencia y que me dejen mi espacio, así estamos bien, y me encanta cómo lo llevamos. Por el momento, no busco otra cosa y tampoco siento la necesidad de algo más —trato de explicarme e intento hacerles ver que no todo es tan malo como se ve desde fuera. Ellas creen que Marc solo me llama cuando no tiene otro plan mejor, pero es que yo hago exactamente lo mismo. Vamos a la par.
—Eso es lo que tú te crees porque nunca has tenido nada mejor. —Mia deja de nuevo su móvil sobre la mesa y se encara conmigo.
—Ah, perdona, nadie puede aspirar tan alto como tú. No sé si te has dado cuenta de que no hay un Don Perfecto a la vuelta de la esquina —ataco a mi hermana porque no me entiende. A ella siempre le han ido las cosas mejor que a mí con lo que respecta al amor. Todos sus novios son «perfectamente perfectos», bueno, algunos mejores que otros, aunque este último es el polo opuesto a ella. Esos chicos parecieran como si estuviesen cortados por el mismo patrón: atentos, cariñosos, graciosos y todos los adjetivos terminados en «osos». Y luego tiene esa facilidad de conocer a gente que yo a veces envidio. Pero envidia sana por tener un carácter dulce y a la vez tan espontáneo.
El ambiente ha pasado de estar lleno de risas a poder cortarse con una sierra.
—Algún día os demostraré el lado bueno de Marc y también caeréis rendidas a sus pies, y ahora me marcho porque a mi siguiente cita sí que no puedo llegar tarde.
Me despido tirando besos al aire, salgo corriendo de la cafetería y pongo en Google Maps la dirección donde me han citado. He quedado con otro agente que quiere que escriba una novela, pero, esta vez, quiere que sea algo diferente y totalmente nuevo, según me ha adelantado mi jefe. Así que allá voy, a ver con lo que me encuentro.
Mientras corro por la acera esquivando a la gente y pensando en no caerme, le escribo un mensaje a Marc para ver si está vivo o si se lo ha tragado la tierra.
Yo:¿Tengo que salvarte de algún malvado videojuego en el que has quedado atrapado de por vida?
Sé que no va a contestar al momento, por lo que guardo el móvil en el bolso y aminoro el paso para recuperar el poco aliento que me queda, porque estoy a punto de llegar y tengo que dar buena impresión.
3. SEÑALES QUE NUNCA LLEGAN
Después de la agotadora reunión de más de dos horas, salgo del restaurante atolondrada y casi tambaleándome sobre mis tacones. Y no precisamente por las copas de vino que me he tomado mientras escuchaba y procesaba toda la información que me aportaba el señor Mérida para enfocar la novela. Suerte que ha quedado todo grabado porque he de reconocer que solo he escuchado la primera parte de la historia. Luego, sin darme cuenta, he desconectado del mundo.
Estas reuniones me agotan. ¿A quién le interesa una historia que nada tiene que ver contigo? Suerte que mi imaginación da para mucho más, y siempre tengo el margen para encauzarla por donde yo quiero, si no, creo que sería infumable hasta para los lectores más aficionados.
Miro de nuevo el móvil y, como me temía, Marc no ha dado ninguna señal de vida. La verdad es que me molesta porque hoy tenía ganas de hacer algo diferente de lo que solemos hacer, tampoco es que pida tanto. Me encantaría ir a tomar unas copas a algún sitio nuevo donde la música esté demasiado alta y tengas que gritar por encima de ella para que se escuche lo que dices. Ir a algún lugar que ni siquiera te permita mantener una conversación decente porque, siendo sincera, no me apetece escuchar ninguna historia más; solo poder bailar y comernos con la mirada. Sí, eso es, necesito esa sensación que te provoca la mirada intensa de esa persona que te habla de querer comerte de un solo bocado, mirada en la que te hace sentir deseada y que, por supuesto, luego todo queda en la cama, en sexo del bueno. De ese que no puedas ni levantarte para ir al baño y darte una ligera ducha porque has quedado tan agotada que hasta las piernas te flaquean.
Eso lo echo de menos, tener a alguien que me haga sentir especial, que me provoque algún tipo de sentimiento. Marc creo que ya ha pasado a la última fase, a la de solo sexo por interés, pero cero sentimientos por ambas partes. Aunque reconozco que yo también he aportado mi granito de arena de no dar mucho más de mí.
Nuestros primeros encuentros fueron exactamente así: miradas intensas, cargadas de deseo, risas y charlas que no decían nada pero que a la vez lo decían todo. De eso hace ya un año. Precisamente hoy haría un año del primer día en el que nuestras vidas se cruzaron, y esperaba alguna reacción por su parte.
Suspiro, me encojo de hombros y vuelvo a hacerme a la idea de que nuestra relación no es como la de cualquier otra pareja, nosotros somos más abiertos y menos empalagosos. O puede que ni siquiera haya un nosotros. Pero también es lo que hemos elegido, que cada uno tenga su espacio y, por supuesto, su independencia, y es algo que agradezco porque no me gusta que invadan mi vida. Me encanta tal cual es y así estoy bien.
Cuando llego a mi precioso piso, escucho el sonido de mi móvil. Esperanzada, miro a ver quién es y me arrepiento de inmediato por pensar mal de Marc. Rebusco en mi bolso y veo la pantalla iluminada.
Mamá: Hola, cariño. ¿Cómo estás? Te echo de menos. Espero que hayas comprado ya el billete y que este año nos presentes a tu novio misterioso, estamos deseando conocerlo. Ah, quería pedirte que te vinieras antes del jueves veinticinco de noviembre para aprovecharte unos días antes de la comida de Acción de Gracias. Besos, cariño. Hablamos pronto.
Mi madre y su monólogo invaden la memoria de mi móvil sin ningún remordimiento. Contesto rápidamente que esta misma semana compraré mi billete sin falta. Le hago un breve resumen de mis días y me despido tras decirle que, por supuesto, este año conocerán a Marc.
Aún no es seguro, pero tengo que mentirle porque, si le digo que otro año vuelvo a ir sola, es capaz de coger esta misma noche un vuelo de Nueva York a Madrid y llevarme a rastras para casarme con Taylor, mi vecino y mejor amigo de Manhattan. Y no, no vengo de ninguna religión de esas que te obligan a casarte joven y en la que son tus padres los que eligen a tu marido. Pero mis tías y mi madre son unas enamoradas de la vida que piensan que tengo que estar con alguien para no perderme todas esas cosas bonitas que te brinda tu media naranja. Y desde que tengo uso de razón, han intentado emparejarme con Taylor, por tres razones: porque es la persona más buena, honesta y agradable de este mundo y cualquier madre lo querría para su hija. Eso y porque nos han visto crecer juntos. Pero Taylor para mí es mucho más que todas esas idioteces que la gente piensa que es el amor. Para mí, Taylor es único en su especie y el cual da miedo romper en mil pedazos si algo saliera mal. Por eso, en su momento decidimos ser amigos para siempre.
Y por lo pronto, no quiero comprar el billete con destino Nueva York, porque antes me gustaría hablar con Marc, si sigue vivo, claro. Quisiera proponerle que me acompañe a la famosa comida que mi familia celebra cada año. Sí, llamadme loca, porque hablo del mismo hombre que lleva una semana sin dar señales ni siquiera de humo. Y aunque ya sé cuál será su respuesta, no me queda de otra que arriesgarme.
4 PECULIAR ES LA PALABRA PERFECTA
No dejo de imaginarme otro año más con mi familia en Acción de Gracias. Los quiero mucho, pero son tan peculiares que también es para temerlos, y más, en esta época del año.
De pequeña era mi fecha favorita, hasta que me crecieron los pechos y mi madre y sus hermanas, es decir, las locas de mis dos tías, me atosigaban con lo de traer un novio a la comida. Año tras año, me preguntaban, me acorralaban hasta sonsacarme el nombre de algún chico, y cuando lo gritaba, se quedaban a gusto y entonces era cuando me dejaban tranquila. Algunas veces me lo inventaba para poder disfrutar de estas fechas, pero claro, el tiempo pasaba y las muy brujas, en el buen sentido de la palabra, querían hechos que demostraran que de verdad existía un hombrecito que me hubiera robado el corazón.
Cuando me marché a Madrid a estudiar, pensé que esa obsesión cambiaría, pero no, eso fue a peor, por lo que tuve que pasar a la acción. Barajé la posibilidad de buscar chicos en Instagram, hacer captura de pantalla y presumir de maromo, hasta que el año pasado me pillaron. Quise presumir tanto de novio imaginario que cogí una foto de un famoso que solo había visto en una serie de Netflix, e ilusa de mí, pensaba que nadie lo reconocería. Estaba segura de que mi madre no la habría visto porque no le gustan las series de vampiros, ella es más bien de Enamórate con Nova. Bueno, pues mi supuesto novio se llamaba Matthew Daddario, ese es el nombre real, y yo le puse Cristian Martínez. Vaya, lo que viene siendo un morenazo guapo y muy atractivo con rasgos masculinos demasiado marcados, barbita espesa, vello en un pecho bien trabajado, pelo revuelto y a lo loco y unos ojos rasgados que no sabes si son marrones o verdes de lo oscuros que son. Por supuesto, este era español y no americano como viene en su partida de nacimiento. Descargué unas fotos pilladas de internet de poses robadas, no de estudio, para que parecieran un poco más reales e incluso me atreví a hacer un par de montajes de él y yo juntos. ¡Y coló! Vaya si coló, hasta el último día, pero subestimé demasiado mi suerte y a mi tía Amaia, que es más lista que el hambre y que ya no se fiaba ni un pelo de mí. Indagó un poco, no le hizo falta mucho más para darse cuenta que ese buenorro no estaba a mi alcance. Y lo demás ya os podéis hacer una idea.
Ese año ya empezaron las amenazas de encerrarme en una habitación a solas con Taylor. Sus últimas palabras fueron que, si no somos capaces de dar el paso, serían ellas quienes lo dieran por nosotros.
Desde la adolescencia, no hacen otra cosa que decirnos que hacemos la pareja ideal, que nuestros hijos serían envidiables si heredan nuestros ojos y que no entienden cómo aún no nos hemos hecho novios después del tiempo que pasamos juntos. Supongo que su insistencia será por la conexión que ven entre nosotros y porque hemos demostrado que, por más kilómetros de distancia que nos separen, seguimos unidos por ese hilo que ya tiene un largo camino recorrido de amistad.
De pequeños éramos inseparables, era raro no vernos juntos, así que en cualquier celebración que nuestras familias hicieran, ahí estábamos nosotros, como un pack indivisible, sentados siempre uno al lado del otro, hablando sin cesar y jugando cada día de verano hasta las tantas de la madrugada. Y, a todo esto, mi madre y sus hermanas siguen empeñadas en que Taylor y yo somos tal para cual. Cada vez que hacen referencia a esto y mi amigo está delante, la cara de él se pone de todos los colores, y yo ardo de la rabia porque son tan cerradas de mente que no entienden que entre un hombre y una mujer solo pueda haber una preciosa amistad y nada más.
Cuando fracasé con lo de mi novio imaginario, prometí que este año llevaría a uno de verdad, con tal de que me dejen tranquila. Yo pensaba que con el paso de los días se olvidarían del asunto, pero no, sus mentes retorcidas aún piensan que estoy falta de amor y que necesito un novio con urgencia.
5. ESPAÑA-NUEVA YORK. LA COMBINACIÓN PERFECTA
¿Por qué Acción de Gracias en Nueva York? Porque vengo de madre española y padre neoyorkino. Una mezcla de lo más especial.
Mi madre, la mujer más luchadora que jamás he conocido, puede pasar perfectamente por mi hermana mayor, y no lo digo solo por lo guapa y lo bien que se conserva, sino por la poca edad que nos llevamos. Me tuvo demasiado joven, y por aquella época no lo pasó del todo bien.
Cuando mi madre tenía once años, sus padres se separaron y tuvo que elegir con quién se quedaba. Como era evidente, se quedó con mi abuelo porque mi abuela, aunque la quiero mucho, reconozco que no fue del todo legal con su marido. Fue pillada con las manos en la masa con el mejor amigo y socio de mi abuelo. El pobre, después de todo lo ocurrido, decidió emigrar y huir del dolor, por lo que se marchó a Nueva York por una larga temporada. Se le ocurrió abrir su propia fábrica de pantalones vaqueros y, gracias a esa mente privilegiada y emprendedora, triunfó.
Entonces, mi madre tuvo que empezar desde cero en la ciudad. El tiempo pasó y ella tenía claro que no quería continuar sus estudios, por lo que, en cuanto la edad la dejó, empezó a trabajar, se enamoró de su jefe y de ahí salí yo. Pero ese asunto tuvo sus complicaciones. En esa época, al igual que un divorcio no estaba bien visto, un hijo, sin haberte casado, menos aún. Mi madre se asustó tanto que quiso volver a Madrid para pensar bien qué hacer con el embarazo y con su vida. Se marchó con la excusa de que venía a pasar una temporada con su madre y sus hermanas, por lo que no dijo nada a nadie hasta que no pudo ocultarlo más. Se refugió en casa de mi tía Ana, la mayor de las tres hermanas y, gracias a su apoyo, mi madre decidió tenerme como madre soltera. No quiso decirle nada de mi existencia a mi padre por miedo de que le quitara a su hija y se la llevaran lejos de ella por la falta de recursos y porque no sabía cómo iba actuar mi padre si en ese momento se enteraba de que tenía una hija. Ella dejó de saber de él y él de ella. La desconfianza, la inseguridad y la poca comunicación por la distancia hizo que esos dos años me criara solo mi madre, mis tías y mi abuela.
Mi padre no supo nada hasta que, dos años más tarde, vino a España. Al principio dijo que por asuntos de trabajo, pero después desveló que venía a buscar a Carlota, mi madre y su amor platónico desde que la conoció. La echaba tanto de menos que no se había podido olvidar de ella, y entonces abrió su corazón para decirle que quería que volviera con él e incluso que, si ella lo seguía queriendo, él haría lo que hiciera falta por estar junto a ella.
Cuando mi madre me presentó a mi padre como su hija, no dudó ni un solo segundo al ver los rasgos de mis ojos, iguales que los de mi abuela paterna. No recuerdo ese reencuentro porque con dos años de vida solo sabía hablar en mi propio idioma y poco más.
Y al año de ese emotivo reencuentro nació Mia, mi pequeña y atolondrada hermana.
Lo siguiente ya os lo imagináis. Tengo familia en España y en Nueva York, así que, desde los dos años, he estado entre estas dos maravillosas ciudades, hasta que a mi mayoría de edad decidí hacer el último año de carrera aquí, donde mi querido Madrid me atrapó hasta ahora.
Marc:
¿Vienes?
Ese WhatsApp me saca de mis pensamientos y menos mal, porque un poco más y escribo la historia de mi familia en el nuevo libro en el que estoy trabajando.
Yo: Un «Hola, ¿qué tal? Tengo ganas de verte» estaría mejor.
No tengo ganas de sacar mi simpatía a pasear.
Marc: Hola, preciosa, me apetece muchísimo verte. ¿Vienes?
Yo: Eso ya está mejor.
Y sí, claro que voy, porque yo también tengo ganas de verlo y, seamos francos por lo menos con nosotros mismos, llevo una semana y media a pan y agua y estoy que me subo por las paredes. Y hablando aún más claro, necesito cubrir esa necesidad que nos asemeja a los animales.