
(2 parte)
1. CLAUDIA
Un tipo alto con una buena percha y pelo de color dorado recogido
en una especie de moño que le da un rollo surfista, barba de
cinco o puede que seis días y unos ojos que parecen esmeraldas
me pide con una dulce sonrisa permiso para sentarse en mi misma
mesa, justamente enfrente de mí.
—Está ocupada, estoy esperando a una amiga —le digo
amablemente mientras voy asimilando la escena a un ritmo veloz.
—Pero… ¿Tú eres Claudia, verdad? —No espera mi respuesta
y se presenta—. Yo soy Iván.
Cuando ese desconocido me pregunta mi nombre asiento
con la cabeza porque me acabo de quedar sin palabras. Entonces,
en cuestión de segundos y sin saber por dónde me ha venido, me
planta dos besos mientras yo sigo sentada con la boca abierta.
Luego miro para todos los lados, a ver si veo a la cabrona que me
la acaba de jugar, e incluso miro rápidamente debajo de la mesa
en busca de cámaras ocultas, porque esto tiene que ser una broma
de muy mal gusto.
—¿Puedo sentarme, entonces? —me vuelve a preguntar
con educación y con una sonrisa en unos labios merecedores de
ser admirados. Trato de digerir toda esta situación rápidamente.
—Eh. Sí, claro. —Qué remedio… No sé cómo lo ha hecho
la que dice ser mi amiga, pero sé que este chaval no tiene culpa
de nada; aun así quiero matarla—. Un segundo, tengo que hacer
antes algo…
Cojo mi móvil, que sigue encima de la mesa, busco el nombre
de Julia para llamarla, pero, como era de esperar, no contesta
y entonces le escribo rápidamente.
«¡¡¡YA TE PUEDES DAR POR MUERTA!!!»
Decido que lo mejor es ser completamente sincera con el
chaval para no alargar más la cosa y, por supuesto, que me aclare
de qué va todo esto.
—A ver, por dónde empiezo… Iván, porque te llamas
Iván, ¿verdad? —El que se ha convertido en mi acompañante
asiente, atento a mis palabras—. No tengo ni idea de quién ha
contactado contigo o quién te ha dado mis datos. —Bueno, sí lo
sé, además pondría la mano en el fuego por mi respuesta, pero
no digo nada para que este me cuente—. Y después ha tenido la
poca vergüenza, sin mi consentimiento, de preparar esta especie
de cita a ciegas, pero yo no he tenido nada que ver en todo esto…
—Y antes de que pueda seguir explicándome el camarero me interrumpe
poniendo dos copas de vino encima de la mesa.
—No, no. Yo… no he pedido nada de eso —le digo sin
entender qué está pasando. El camarero sonríe y dice que es cortesía
de la casa.
El muchacho que tengo enfrente también sonríe amablemente,
me fijo en su sonrisa y en su cara durante una milésima de
segundo y me doy cuenta de que es atractivo, pero al momento
quito ese pensamiento de mi cabeza. No puedo evitar compararlo
con el rostro de David y no tiene nada que ver ni siquiera su mirada
me transmite lo que él provoca en mi estómago. Pero vuelvo
a quitar ese pensamiento de mi cabeza porque no viene a cuento.
—Lo que te decía, Iván, es que no tengo ni idea de cómo
me han tendido esta encerrona, pero que yo no he tenido nada
que ver en todo esto —le repito.
Este me escucha y a la vez me mira con curiosidad, como
estudiando cada uno de mis gestos que no dejan de ser nerviosos.
—Claudia, no te preocupes por nada, a mí no me ha engañado
nadie —habla al fin—. Sabía que por tu parte sería una
cita a ciegas; yo, en cambio, te conocía… —Y al decirme eso ya sí
que me siento totalmente confundida; empiezo a agobiarme con
la situación así que bebo un largo, larguísimo, trago de mi copa
para intentar relajarme.
—No entiendo nada… —Vuelvo a beber, pero lo que más
me apetece en este momento es levantarme de mi silla y salir
pitando del restaurante, pero no, no quiero ser grosera y, por supuesto,
quiero saber cómo se la ha gastado la perra de Julia para
hacerme esta jugada.
Iván es agradable y a simple vista no parece ser esa clase de
tipos raros que hay repartidos por el mundo. Parece de lo más
normal así que empiezo a sentirme algo más tranquila mientras
nuestras conversaciones avanzan. Después de contarme cómo ha
pasado todo, me dan más ganas de matar a mi compañera y ahora
examiga, porque juro que cuando la pille se va a tener que comprar
una peluca de los pocos pelos que le voy a dejar en la cabeza.
Resulta que, como el reality de la Isla de las Tentaciones no
se lo consentí, probó con otra cosa… Me inscribió en una especie
de página web para buscar pareja. Esa inscripción la redirigió a
otra página de diferentes perfiles, la cual te pone en contacto solo
con las personas que más se asemejan a tus gustos, preferencias y
aficiones. De las primeras entrevistas hacen como una especie de
estudio y ellos solo y exclusivamente te envían los que según las
estadísticas o algo así se compenetran con tu personalidad.
—Qué cabrona es. —Es lo único que se me ocurre susurrar
cada vez que este me cuenta un poco más de toda esta historia.
—Pero, para que me quede claro… ¿Entonces tú conoces
a Julia?
—A ver, al principio me salieron tus datos y tu foto y entonces
te hablé a ti. Por lo que en un primer momento con la
que creía que hablaba era contigo. Pero al tercer día de tirarnos
prácticamente las veinticuatros horas hablando, ya, Julia me contó
toda la verdad.
Todo esto me parece de telenovela colombiana, solo falta
que el que tengo delante se llamara José Iván Roberto y yo María
Claudia. Esto no me puede estar pasando a mí, aunque, bueno,
si tienes a una Julia en tu vida puedes esperarte cualquier cosa el
día menos pensado.
—¿Y se puede saber cuánto tiempo lleváis hablando a mis
espaldas? —pregunto, algo más relajada. Llamo al camarero para
otra copa, porque con alcohol las penas son menos penas.
—Pues dos meses más o menos. —Y al escuchar su respuesta
por poco le espurreo todo el vino en la cara al pobre.
—Madre mía, qué locura. Pero, vamos a ver, si tú ya sabías
que con la que hablabas era Julia y no yo, la que te gusta en realidad
es ella. —Trato de convencerlo de que yo no sirvo para estas cosas.
Que yo soy antisocial y que Julia es justo lo que está buscando.
El muchacho se ríe con ganas.
—Antes de nada, permíteme que me quite la americana,
por favor, no soy de los que llevan traje diariamente y me está
matando.
Se levanta para deshacerse de la chaqueta y aflojarse el cuello
de la camisa de lino que lleva y ese aire desordenado le hace un
poco más sexi. Pero David vuelve a aparecer en mis pensamientos
y no sé lo que me da más rabia: si acordarme continuamente de
él o esta absurda situación. «Pero ¿qué dices? ¡Deja de pensar ya
en esa persona!», me grito a mí misma, y luego me convenzo de
lo evidente. «Este chaval está bien y tiene un cuerpo… que visto
sin americana gana mucho más». ¡Ya! Me obligo a dejar de pensar
como Julia. No quiero hombres guapos ni atractivos en mi vida.
Directamente no quiero hombres.
Iván se vuelve a sentar y se desabrocha otro botón de la
camisa, por lo que los ojos se me van directos a esa pequeña parte
descubierta donde puedo apreciar que no tiene nada de vello.
«Ummm, interesante…». Y al escuchar mis pensamientos me dan
ganas de darme un golpe en la cabeza para dejar de pensar así de
una vez por todas.
Y lo peor de todo no son mis pensamientos, sino que me
ha pillado con la mirada donde no debía. Lo miro a la cara y una
sonrisa pequeña sale de sus labios. ¡Mierda! ¡Joder!
—Pues no, Julia no es la que me gusta, precisamente ni
siquiera la conozco físicamente, bueno ya sé que es una super
influencer de moda, pero es que ese mundo no va conmigo.
—Pero con la que has estado hablando todo este tiempo
ha sido con ella y no conmigo, así que, por norma general, la que
te tiene que gustar es ella y no yo —sigo convenciéndolo y este
ríe de nuevo.
—En eso tienes razón, pero hemos estado hablando de ti.
Y al decirme esto dejo de beber. Porque no me entran en la
cabeza estas incongruencias.
—A mí esto no me cuadra, pero nada de nada. —Me noto
algo mareada por beber tan rápido.
—Pues es tan sencillo como que tu amiga ha elegido por
ti. Y nuestras conversaciones eran como una especie de entrevista
constante —aclara con total seguridad y franqueza, porque de lo
contrario no tendría sentido.
—Entonces… ¿lo sabes todo de mí? —pregunto intrigada,
porque como eso sea cierto sería el colmo de todos los colmos.
—No exactamente. Sé cosas, pero no todas. Por eso estoy
aquí, porque quiero conocerte… —Se calla un segundo pensando
si terminar la frase o no—. Me gustaste en la foto y me gusta lo
que Julia me ha contado de ti.
No sé qué decir ante esa afirmación, quiero salir del paso y
que termine esta absurda escena, pero no sé de qué manera hacerlo.
—Iván, pero yo no te conozco de nada.
—¿Y no te apetecería conocerme…? Hasta mi nombre en
tus labios suena mejor.
Su comentario me hace sonreír, pero al momento pongo
los ojos en blanco porque los halagos no van conmigo.
—No sé si me gustarás o no y, si te soy sincera, tampoco
sé si me apetece conocer a alguien en estos momentos. —Le soy
completamente clara.
—¿Y lo qué ves ahora te gusta? —Al preguntarme eso me
pongo roja como un tomate; Iván al darse cuenta sonríe disimuladamente
y yo tengo que apartar la mirada.
—No eres feo, eso no hace falta que te lo diga, hasta el
camarero lo sabe —le digo sin profundizar más en el tema.
—Bueno, no te preocupes, de verdad. Yo si estoy aquí es
porque tengo muchas ganas de conocerte, me llamaste la atención
al principio y me la has llamado aún más ahora que te veo
en persona.
Eso de que me piropeen a la cara no lo llevo demasiado
bien, me pone nerviosa y las manos me sudan. Me limpio con
disimulo en el vestido.
—Vamos a hacer una cosa. —Se incorpora un poco más
hacia mí—. Podemos seguir con la cena hasta el final porque ya
está pagada, si te sientes cómoda después podemos ir a tomar algo
a algún garito de aquí cerca para que no pienses que me quiero
aprovechar de ti y, cuando termine la noche, te dejo que elijas.
Si te has sentido bien conmigo tenemos una segunda cita y, si no
quieres saber nada más porque pasas de mí…, directamente no
vuelves a ver esta cara.
Y ese último comentario me hace gracia. Su proposición,
al fin y al cabo, tampoco me parece tan descabellada. Todo lo que
sea alejarme de las tentaciones con David será bienvenido. Así
que miro la situación de esa manera y acepto su oferta.
—¡Hecho! —Alargo mi mano por encima de la mesa para
cerrar el trato y este la coge suavemente sin dejar de sonreír.
2. DAVID
Al verla entrar por la puerta, riendo a carcajadas, enseguida se me
iluminó la cara porque pensaba que a esas horas ya no vendría
y estaba a punto de irme, pero entonces me quedé un rato más.
Me vino el recuerdo de ese primer y último beso en mi
casa, del sabor de su boca, del tacto de sus labios, y no pude evitar
morderme la lengua y contener las ganas, y más después de cómo
huyó de mí esa noche. La dejé marchar porque ella me lo pidió,
pero no hay un segundo que no desee un nuevo acercamiento.
Dentro del bar quise correr hasta ella y llevármela de allí
a cualquier otro lugar en el que solo estuviéramos los dos. Pero
verla entrar con aquel tipo alto y con estilo propio me dio tanta
rabia que me morí de celos. Por eso hice lo que hice, por eso la
besé y jugueteé con su pelo delante de ella. Besé a Beatriz delante
de todos los compañeros de trabajo que cada viernes se juntaban
para celebrar el comienzo de un fin de semana, y lo hice para poner
celosa a Claudia, porque el verla con otro me molestó tanto
que me entraron ganas de sacar al tipo a empujones del local y
partirle la cara por el simple hecho de verlo tan cerca de ella, por
verlo aprovechar la más mínima para un tonto acercamiento, por
miedo a que ese chaval le empezara a gustar. Pero por mi posición
tenía que controlarme y así lo hice, en cierto modo. Porque mi
comportamiento lo único para lo que sirvió fue para alejarla más
de mí.
Desde que la vi por primera vez corriendo por la acera
y esquivando a la gente con un tacón en cada mano, supe que
Claudia no era como las demás; desde entonces quise verla en mi
cama, desnuda… pidiéndome que la hiciera mía.
Llevo semanas prohibiéndome un acercamiento, pero
cuanto más me resisto mayor es mi necesidad. Cuando la veo
de lejos me muero de ganas de saber cómo está, cómo se siente,
extraño su olor y hasta ver de cerca esas pequeñas pequitas que no
puedo quitarme de la mente. Y lo peor de todo es que no sé cuánto
tiempo seré capaz de aguantar sin besarla. Sus labios tiernos y
a la vez hambrientos… también los echo de menos.
Daría la mitad de mi fortuna por pasar un día a solas con
ella y demostrarle que, a lo mejor, no soy esa clase de hombre
como el que todos me tienen etiquetado e incluso yo mismo.
Pero hay algo que me dice, que siento, que presiento que puedo
ser, que soy, mejor de lo que creo. Sé que dentro de mí hay otra
persona que está deseando salir a la luz y yo solo no sé si seré
capaz de sacarla.
Entonces se me ocurre una idea, una idea a la que no le doy
más vueltas porque necesito verla y que sea Claudia la que elija
si esto es bueno o no para ella. Solo le daré la opción de que me
conozca y yo poder conocerla. Y creo que ya es el momento de
hablarle claro, de hablarme claro a mí mismo.
Me encuentro sentado en el coche, no sé el tiempo que
llevo ahí pensando en cómo hacerlo, no sé por dónde empezar,
qué decirle, no sé si de verdad es buena idea o si me tendría que
plantear darlo por perdido. Pero al final actúo.
3. MARÍA
Julia me da tregua y, por lo menos de camino a casa, me deja tranquila
sin sacarme el tema. Al instante me doy cuenta de que se
ha desviado en dirección a urgencias sin ni siquiera preguntarme
por el dolor de mi tobillo. Nos hemos tirado dos horas y media en
la sala de espera, cosa que me ha venido bien para pensar y concienciarme
de lo que ha pasado. Y no sé si a ese beso se le puede
llamar error o no, yo solo sé que, si cierro los ojos, puedo volver a
sentir sus labios, el sabor de su boca, el tacto de su lengua jugando
suavemente con la mía… ¿Cómo se le puede llamar a eso error,
cuando te hace sentir cosas tan agradables aquí, dentro del pecho?
Sin poder evitarlo mi cabeza sigue meditando sobre
Samuel. Agradezco el silencio de mi amiga aunque eso sea raro en
ella, porque Julia es incapaz de mantener la boca cerrada más de
cinco minutos seguidos, pero, al igual que yo, también se encuentra
pensativa. Llego a la conclusión de que no sé nada de la vida
de Samuel. Sí es verdad que hemos hablado mucho, pero ahora
que lo pienso hemos recordado más el pasado que hablado del
presente. Mis vueltas no censan y me imagino que puede que esté
casado, aunque al momento deshago ese pensamiento porque
vive solo y en ese piso no he visto ningún rastro del sexo opuesto,
por lo que tampoco está viviendo con la novia. Por más vueltas
que le doy no llego a entender su reacción después de ese beso.
Cuando por fin llegamos a casa, Julia me ayuda a bajar con
cuidado del coche, me coge el bolso y me agarra de la cintura para
que yo no haga esfuerzos con el pie.
Me han diagnosticado una semana de reposo absoluto, me
han vendado el tobillo y me han dado calmantes para aguantar
el dolor. No puedo tener menos suerte, odio tener que quedarme
en casa…
—Gracias por todo, mi niña —le digo agotada mientras
mi amiga me suelta despacio en el sofá.
—Teníamos que haber ido a casa de tu madre —me dice
sentándose a mi lado y poniendo los pies en alto al lado de los míos.
—Ahí no estaría a salvo en estos momentos.
—Pero aquí sola no puedes quedarte si tienes que guardar
reposo absoluto.
—Me las apañaré, no te preocupes. —Porque la soledad en
estos momentos es mi mejor aliada.
—Lo sé, eres fuerte como el vinagre —me dice con una sonrisa,
y no puedo evitar sonreír con su comentario—. Y, ahora… ¿me
vas a contar qué ha sido lo que ha pasado?
Asiento. Se lo debo, si no hubiese sido por ella… hubiera
seguido en el piso de Samuel humillada, porque así es como me
ha hecho sentir.
Empiezo a contarle por el principio; desde que salí de la
consulta de mi loquero, las cañas, la cena en el italiano, los bailes,
las risas, los brindis por los viejos tiempos y todo lo que me
hacía sentir estando con él… También le cuento la borrachera tan
grande que pillé y lo que pasó en su piso, la caída, la tensión en
todo momento y el beso. Julia chilla de la emoción al escuchar
esta última palabra.
—¡Gracias a Dios! Dime que te lo has tirado, por favor…
—me dice con la cara iluminada por la emoción.
—Claro que no me lo he tirado, no podría, es mi amigo.
—Trato de convencerme a mí misma sin ningún resultado.
—Ya lo has hecho antes.
—Pero eso era diferente, éramos jóvenes y confundimos
las cosas.
—¿Y ahora qué sois? ¿Ancianos? —Me río porque la verdad
es que parezco mi abuela hablando—. Os enamorasteis, princesa,
y os habéis visto y la llama se ha vuelto a encender. Vale que ahora
no hayáis hecho nada, pero va a ser cuestión de tiempo porque
os gustáis demasiado; es más, yo ya voto por que nunca habéis
dejado de estar enamorados el uno del otro.
Me quedo unos minutos en silencio asimilando las palabras
de mi amiga, pero no quiero reconocerlo porque no quiero
dolor en mis días, no me apetece volver a pasarlo mal, porque es
lo que haré si me abro de nuevo.
La cosa no pinta bien, la actitud de Samuel no es la que esperaba
después de ese beso. Le cuento a mi amiga todo mi temor
y se queda unos minutos pesando.
—Está con alguien y teme hacer daño… —dice de pronto.
—¿De dónde te has sacado eso? —pregunto extrañada por
esa repentina reflexión.
—De ningún sitio, solo son sospechas. Pero párate a pensarlo
por un momento… Él te invita a su piso después de una borrachera,
no intenta nada, dormís en el sofá los dos juntos, sigue sin
intentar nada, ¿no? —Asiento con la cabeza—. Quiere pasarse toda
la mañana cuidándote, te hace un superdesayuno y termina besándote
porque todo este tiempo habéis removido tanto pasado que
habéis avivado todas esas ganas hasta llegar al punto de no aguantar
más y terminar besándoos y, luego…, se ha sentido como una puta
mierda al darse cuenta de que está traicionando a su novia.
Me quedo callada porque las palabras de Julia me han hecho
pensar en esa posibilidad que, al verla de esa manera, no
parece tan descabellada.
—A ver, esa posibilidad también la he barajado yo…, pero
es que tampoco me cuadra —termino diciendo, tratando de convencerme—.
No hay ningún rastro femenino por su piso, solo
hay un cepillo de dientes, una toalla y nada de maquillaje ni una
sola crema facial femenina en el baño. Fuimos a su piso porque
estaba muy borracha y quiso prepararme un mejunje para que
me sintiera mejor, luego nos quedamos dormidos y ni siquiera
intentó nada.
—Porque tiene novia —sentencia Julia de nuevo con total
confianza en sus palabras.
—Si tuviera novia iría con ella a ver el piso que se va a
comprar y no conmigo, ¿no?
—¿Te ha ofrecido a ir con él a ver un piso? —Asiento con
la cabeza sin poder dejar de darle vueltas a todo—. Joder, pues sí
que no encajan las cosas… Porque gay no será, ¿verdad?
Me recuesto en el sofá sonriendo y cierro los ojos, no quiero
seguir pensando en nada más. Julia me acaricia el pelo.
—Descansa, mi princesa coja. —Sonrío medio adormilada
porque Julia me recuerda tanto a su hermano…, puedes estar
hecha un trapo viejo que siempre consigue sacarte una sonrisa
aunque sea lo que menos te apetezca—. Si cuando te despiertes te
encuentras aquí con tu madre, no te asustes, ¿vale? La he avisado
yo —me dice en voz baja, pero ya no le contesto porque tengo
tanto sueño que no la escucho ni marcharse.
4. NOSOTROS
—Estarás contenta, pedazo de suertuda. —María agarra a Julia
por los hombros y la zarandea desde su asiento.
—Estoy, no sé…
—¡¿Cómo que no sabes?! ¡¿Te vas a Italia una semana y no
sabes?! —Claudia despierta a su amiga de su propio pensamiento.
—Sí, es una pasada —dice, demasiado desganada para
ser Julia.
—¿Qué te pasa, bella flor? —Víctor le agarra del moflete y
tira de él tal y como hacía su abuela de pequeños, cosa que odia
y de sobra lo sabe.
—Nada… ¿Qué me va a pasar? —Se zafa de sus manos dándole
un manotazo—. Estoy loca de la emoción —responde forzando
una amplia y exagerada sonrisa para que la dejen tranquila.
—Tú no sabes disimular esas caras, así que suéltalo ya, que
estás tardando. —María le tira su servilleta usada a la cara. El bar
está hasta el límite de gente y tienen que hablar pegando gritos si
quieren tener una conversación medianamente normal.
Julia suspira tan fuerte que casi se queda sin aire en los
pulmones.
—La verdad es que estoy un poco de bajón, pero ni siquiera
sé por qué… —Y es completamente sincera, no sabe qué
le pasa, ni siquiera entiende a qué se deben esos ánimos. Con
sus amigos ni puede ni le apetece disimular más. Sabe que debería
estar dando saltos de la emoción porque se va una semana,
¡una semana a Italia! Y se siente como si hubiera perdido a un
ser querido.
—El fotógrafo… Te has enamorado. —Claudia no deja de
sorprenderla con sus comentarios, lo pilla todo a la primera. Pero
no, tampoco cree que sea eso…
—¿Yo? ¿Enamorada? ¡Ja! Esperad sentados y ya me contaréis
cuando os salgan canas de la espera. —Le pone nerviosa que
esa palabra tenga algo que ver con ella. ¿Enamorada? ¡Puff! «¿Qué
es eso, por Dios?», piensa—. Además no sé en qué te basas para
soltar semejante tontería y menos tú que eres la sensata del grupo.
—En que la otra noche os vi a los dos solitos saliendo a
hurtadillas del restaurante en el que una perra traidora me tendió
una encerrona. —Claudia lo dice con retintín, pero sabe que, en
el fondo, ya no está cabreada con ella.
—¿En serio me viste? —lo pregunta exagerando su sorpresa.
—Te hiciste pasar por camarera, por Dios, Julia. —Los demás
se ríen—. Y detrás salía Agus con una bandeja en las manos.
—Pero, reconóceme que fue un papel auténtico. —Todos
vuelven a reír y Julia aprovecha para desviar el tema sin que se
note demasiado.
—Últimamente pasas mucho tiempo con ese chico,
hermanita…
Julia sabe lo que están pensando y se equivocan. De gustar
a estar enamorada hay un largo camino. También pasa demasiado
tiempo con Daniela y los demás, así que eso no tiene nada que
ver, piensa ella, justificándose por ese tiempo que ha compartido
con Agus. Sí es verdad que últimamente Agus y ella han pasado
tiempo solos, aunque han sido las circunstancias lo que los ha
llevado a eso, no a que ella lo haya planeado. Sigue justificando
sus actos…
—Os equivocáis, ni siquiera nos hemos acostado —responde
en su defensa al cabo de unos minutos, y todos en la
mesa callan.
—Eso solo quiere decir una cosa… —Claudia canturrea
con media sonrisa mientras golpea la mesa con sus dedos.
—Eso quiere decir nada —zanja la conversación.
—Eso quiere decir que si ese chico no te importara lo más
mínimo te lo hubieses tirado ya, muchachita. —María, al igual
que los demás, conoce a su amiga y de sobra sabe que ese chico le
gusta más de lo que Julia cree.
—Si no me he acostado es porque somos compañeros de
curro y tendría que verle la cara casi todos los días —se defiende
del ataque de su amiga y de sus propios pensamientos—. Y tres
contra uno no vale.
—¿Y desde cuándo te has preocupado tú por eso? —pregunta
María con una sonrisa tonta en la cara.
—Bueno, ya vale, he venido a despedirme de mis amigos y
me estáis haciendo arrepentirme de haberos invitado a la cena, así
que ya me podéis ir devolviendo el dinero. —Se hace la enfadada,
pero en realidad no lo está. Jamás podría enfadarse con ellos, porque
ellos son la mejor familia elegida que jamás ha tenido.
—Vale, vale… pero vuelve a sentarte, que tampoco hemos
dicho nada del otro mundo para que te pongas así. —Claudia la
agarra de la manga de la camisa, Julia vuelve a tomar asiento y de
pronto no cree lo que ven sus ojos.
—Entonces… ¿Quiénes sois los que vais a ese paraíso de la
moda italiana? —Escucha solo de fondo sin prestar demasiada atención
a lo que le acaban de preguntar, porque se le ha caído la Torre
de Pisa encima de la cabeza después de presenciar tremenda escena.
—Julia, Julia… —María da palmadas enfrente de su cara
para llamar su atención.
—¿Qué? —Su amiga disimula lo que acaba de ver, no
quiere que sus amigos piensen que le importa lo más mínimo que
el famoso fotógrafo que ha sido durante toda la noche el tema
principal de conversación haya llegado al mismo bar y de la mano
de una morena de metro ochenta. Y esa de prima tiene poco…
«¡Qué cabrón!», piensa Julia indignada y a la vez desorientada por
esos sentimientos que no puede controlar.
—Que quiénes vais. Tía, en serio, nos tienes preocupadas.
Estás en las nubes. —María repite la pregunta mientras le tira del
pelo para traerla de nuevo a la tierra.
—Emmm, vamos Daniela, el imbécil ese y yo. ¡Y deja de
tirarme del pelo!
—¿Al imbécil te refieres al fotógrafo? —Víctor vuelve a
entrar en conversación.
—Al mismo…
Enseguida paga la cuenta y se excusa con que tiene que preparar
la maleta. Como todos conocen lo desastre que es, la creen y
la dejan marchar deseándole un bonito viaje, amenazando con que
en cuanto llegue del viaje tienen una conversación pendiente y le
hacen prometer que tendrá cuidado con los italianos empalagosos.
Julia reparte besos y abrazos a todos sus amigos y se marcha
con prisas porque no quiere seguir viendo cómo Agus le susurra
cosas al oído a su nuevo ligue.
Le pone enferma, o más bien celosa, aunque no lo sepa. Así
que sale esquivando torpemente a todo aquel que se interpone en
su camino y con la mirada fija en la puerta de salida, haciendo ver
que no se ha dado cuenta de nada ni de nadie…
De camino a casa se da cuenta de algo que le alivia, algo
que llevaba demasiado tiempo evitando, algo que, con los días, va
creciendo dentro de ella. Y es darse cuenta de esa verdad. Por un
momento reconoce que esa verdad sabe a miedo y se da cuenta de
que por culpa de ese sentimiento tiene esa actitud que le hace distanciarse
de todo aquel que sabe, o cree que, le puede hacer daño.
5. JULIA
«Cariñito mío, que te recoja Agus y nos vemos directos en el
aeropuerto. Voy muy justa de tiempo y tengo que pasar por
casa de Alicia para recoger uno de los modelos que vamos a
llevar». Daniela.
¿En serio me tiene que pasar esto a mí? ¿Y precisamente
ahora…?
«No te preocupes, mejor cojo el metro». Yo.
Ni de coña voy con este imbécil a solas en el coche hasta
el aeropuerto.
«Me ha dicho hace un rato que salía para tu casa, así que
estará a punto de llegar. No te muevas». Daniela.
«¡A sus órdenes, mi sargenta!». Yo.
¡Mierda!
Me despido de Claudia con un fuerte abrazo que me viene
de perlas porque este viaje ha dejado de ser especial desde hace días.
—Creía que te ibas para una semana, no para un mes… —
me dice mi amiga mientras señala la maleta que está aparcada en
la puerta de la cocina.
—Tengo un blog que mantener y quiero hacerme muchas
fotos para mis seguidores… —Le guiño un ojo.
—Suerte que llevas a un profesional para que te saque las fotos
perfectas —manifiesta en el momento menos oportuno mientras
me señala la jarra de zumo de naranja y me ofrece un vaso.
—Calla y no me hables de ese… que vomito. —Le quito
el vaso que tiene entre las manos y me lo bebo de un trago; ella
me mira estudiando mi expresión con el entrecejo fruncido sin
entender mi comentario.
—Pensaba que… Agus y tú…
—Agus y yo nada, es un tío y se merece un mojón, igual
que todos. —No le dejo acabar la frase.
Claudia me sigue con la mirada en silencio y sabe que no
es momento de seguir preguntándome porque tarde o temprano
se lo contaré, pero ahora no tengo ni ganas ni tiempo de remover
nada de ese tema. Mi amiga, al contrario que yo, es paciente y
tiene filtro. Sabe cuándo es mejor esperar. Y yo… se lo agradezco
con otro abrazo.
—Pásalo bien, mi loca bonita —me dice estrechándome
un poco más fuerte entre sus brazos.
—Gracias, y tú no hagas ninguna locura sin mi presencia.
—Claudia sonríe y yo me marcho.
Espero en la puerta de mi bloque; Agus no tarda en llegar y
yo me pongo nerviosa en cuanto lo veo bajar del coche.
—Hola, preciosa —me dice con una sonrisa radiante—.
¿Preparada?
—¿Para…?
—Para pasártelo en grande. —Pongo los ojos en blanco
y le dedico una sonrisa falsa. Él me ayuda a meter las maletas
en el coche.
Pasamos casi todo el viaje en silencio hasta que Agus decide
romperlo.
—Pareces que vas de entierro en vez de a Italia. —Lo miro
con una ceja levantada por ese comentario y porque lo que menos
me apetece es reírle las gracias.
—¿Cómo quieres que esté…? ¿Pegando saltos en el asiento?
—Mi modo despectivo no lo detiene, y continúa.
—No hace falta pegar saltos, solo que podrías estar más
animada. ¡Que nos vamos a Italia, preciosa! —Y mientras dice
las últimas seis palabras me zarandea de la rodilla provocándome
incómodas cosquillas.
—Deja de llamarme así y no me vuelvas a hacer cosquillas.
—Cojo el móvil para hacer como que estoy entretenida en algo y
así no tener que seguir conversando con él.
—Oye… con respecto a la otra noche… —Sigo pasando
distraída el dedo por la pantalla mientras lo escucho.
—¿Cuál de ellas? —le pregunto sin mirarlo.
—La última en la que cenamos mientras vigilabas la cita
a ciegas de tu amiga y luego pasamos a las copas —me aclara
inmediatamente.
—Entonces no te refieres a la noche en la que llevabas a
una muñeca de silicona cogida de la mano… ¿no? —le digo intentando
parecer tranquila y disimulando para que no se note que
me importa lo más mínimo. Se mantiene en silencio más tiempo
de la cuenta—. Porque esa fue la última noche que nos vimos.
Ah, no, perdona que tú hacías como que no me habías visto…
—aclaro rápidamente de un modo irónico.
Veo como se remoja los labios y se remueve en su asiento y
ese gesto me demuestra que sabe perfectamente a lo que me refiero.
—No hice eso, Julia. Te vi acompañada por tu grupo de
amigos, yo estaba al otro lado y…
—Y no podías saludar a una amiga. ¿Esa también era tu prima?
—¿Y tú? ¿Por qué no viniste a saludarme? Y no, no es
mi prima.
—Fuiste tú el que llegaste el último…
—Estás celosa… —Sonríe y me mira dándolo ya por hecho.
—Mira a la carretera. Y no, claro que no estoy celosa,
imbécil. Pero, que hagas como que no me conoces y que ahora
vengas de guay, como que no pega mucho.
Cuando por fin llegamos me bajo del coche sin dejar que
me conteste. No me apetece que siga excusándose y menos seguir
con una conversación que no nos lleva a ningún sitio, porque
eso es lo que hay y va a haber entre nosotros: nada. Cojo
mi maleta intentando ser lo más rápida posible para poder tirar
delante, pero me es imposible porque pesa como un muerto de
cien kilos.
Agus se acerca hasta mí y con la mirada fija en mi cara coge
la maleta sin hacer ningún esfuerzo y yo me apunto lo de hacer
pesas para el próximo viaje.
Cuando llegamos al aeropuerto, llamo a Dani. No la veo
por ningún sitio y ya tenemos que pasar a nuestra puerta de embarque.
Los nervios empiezan abrirse paso por la boca de mi estómago
al ver que no da señales de vida.
—¡Mierda! No me coge el teléfono —digo, y vuelvo a llamarla.
—Pues tenemos que ir pasando… si no, nos vamos a quedar
en tierra todos.
—Pero… ¿cómo nos vamos a ir sin ella? —Y mi pregunta se
queda en un pequeño chillido agudo y desesperante.
—Tranquila, pasamos y ya pensamos en algo más detenidamente.
—Le hago caso y, mientras nos dirigimos a nuestro
sitio, sigo llamándola sin parar. Lo que me hacía falta, pasar más
tiempo con este a solas.
Ya se han abierto las puertas y Daniela aún no ha llegado, la
gente va pasando y las azafatas van recogiendo la documentación
con una sonrisa que parece como si la tuvieran pegada a la cara.
—Intenta entretenerlas —le digo a Agus señalando a las
dos chicas con la cabeza—. Voy a buscar a Dani.
—Pero… ¡¿Cómo?!
—Yo qué sé, lígatelas o haz como si las conocieras de
algo… Lo que sea, pero haz tiempo —le digo rápidamente, y
salgo corriendo en busca de mi amiga.
—¡Julia! ¡Juliaaaa! —Dani corre hacia mí y yo hacia ella.
Escuchamos por el megáfono que las puertas de nuestro
avión se van a cerrar. Cuando la alcanzo, la cojo de la mano y
seguimos corriendo como dos locas peligrosas recién salidas de
un manicomio. La gente nos mira y a mí el corazón se me va a
salir del pecho por los nervios y por esa carrera de fondo que nos
estamos marcando. Vemos a Agus a lo lejos que está embarcando,
pero no nos ve. ¡Mierda!
—¡Corre, Daniiii! ¡Coorreee! —grito como una desquiciada.
Y, por muy increíble que parezca, llegamos a tiempo, eso
sí, por los pelos.
Cuando, por fin, tomamos asiento en el avión, respiro como
si el aire fuera lo más valioso de este mundo. Daniela entrelaza sus
dedos con los míos con fuerza y luego me sonríe satisfecha.
—Por poco nos quedamos en tierra —le digo aún sin
aliento—, no entiendo cómo no has salido antes o te has puesto
diez alarmas como yo para meterte prisa.
—No es que haya llegado tarde, ha sido la puñetera facturación,
que me ha retrasado mucho… Cuando lleguemos a Italia
vamos a necesitar un tráiler para transportar todo lo que llevo. —
Me río y luego miro hacia el otro lado, donde está mi compañero.
Que, por increíble que parezca, ya está durmiendo profundamente
cuando ni siquiera hemos despegado.
Yo, mientras tanto, aprovecho para escribirle a mi hermano
esa conversación que llevo días posponiendo porque no me apetece
discutir con él, pero es necesario que le hable claro. No puede
seguir toda la vida huyendo de nuestro padre, que no es precisamente
el mejor del mundo, pero al fin y al cabo es quien es y creo
que todos nos merecemos segundas oportunidades. Sea como sea,
se lo está currando desde hace meses y parece que va en serio…
Mi lucha interna, o mi autoconvencimiento, hace que
tome riendas en el asunto y me atreva a sacarle el tema a Víctor.
«La próxima semana tenemos comida con papá». Le paso
la ubicación del restaurante y espero que conteste porque, si no,
le va a caer una buena. Al ver que lo ha leído y que no contesta ya
no espero más, porque los demonios me están subiendo por las
piernas y entonces es cuando le mando un whatsapp tras otro sin
esperar ni una sola respuesta, pero se lo tengo que decir y, aunque
no quiera escucharlo, por lo menos sé que sí lo va a leer…