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Creciendo con Alex

LOS 5 PRIMEROS CAPÍTULOS de CRECIENDO CON ALEX.

1. BAILAR SIN REGLAS, MAMÁ

Me siento aterrada, asustada y enormemente triste; de sobra sé que voy a despertar al ogro que lleva dentro y fuera también, para qué engañarnos. Pero de esta noche no pasa que hable con ellos, no puedo seguir mintiéndoles por más tiempo. Necesito quitarme esta culpabilidad que siento, culpabilidad que no es real, porque no he hecho nada malo, es injusto.

Sé que provocaré la guerra entre mi madre y yo y que el buenazo de mi padre será el que sufrirá todas las consecuencias, pero tengo que dejar de pensar en el resto del mundo, porque si no nunca dejaré de sentirme tan gris, tan apagada que todo volverá a dejar de tener sentido y no estoy dispuesta a volver a pasar por lo que ya casi he superado.
¡Venga, Alex! Ya has demostrado que eres lo suficientemente fuerte como para enfrentarte a cualquier situación que se te presente, puedes hacerlo: solo es darle la noticia a mamá y a papá durante la cena como la que no quiere la cosa y punto y pelota. ¿Qué es lo peor que te puede suceder? ¿Qué te castigue en tu habitación sin cenar? Ya no soy una niña y eso deben entenderlo. Pero por más que trato de autoconvencerme, mentalmente estoy temblando por el mal rato que les voy hacer pasar. Estoy nerviosa y hasta con ganas de vomitar.


¡Venga, Alex! Ya has demostrado que eres lo suficientemente fuerte como para enfrentarte a cualquier situación que se te presente, puedes hacerlo: solo es darle la noticia a mamá y a papá durante la cena como la que no quiere la cosa y punto y pelota. ¿Qué es lo peor que te puede suceder? ¿Qué te castigue en tu habitación sin cenar? Ya no soy una niña y eso deben entenderlo. Pero por más que trato de autoconvencerme, mentalmente estoy temblando por el mal rato que les voy hacer pasar. Estoy nerviosa y hasta con ganas de vomitar.


Desde que tenía uso de razón, mi madre me matriculó en una de las más prestigiosas escuelas de danza de todo Madrid. Desde antes de aprender a andar ya sabía girar sobre mis punteras; siempre me ha gustado la danza, por eso nunca me ha pesado asistir a clase cuatro días a la semana. Pero desde lo ocurrido con mi hermana gemela dejé de encontrarle sentido a todo e incluso dejé de sentir pasión por la danza. Mis padres se apagaron de golpe y nada de lo que yo hiciera o dijera les venía bien, al contrario, mi madre aprovechaba cualquier momento para gritarme, reprocharme e incluso culparme. Nunca lo hizo directamente, pero sabía por la forma en la que me gritaba que me hacía culpable de todo lo ocurrido. Y si con eso no era suficiente, encima yo me machacaba mentalmente noche tras noche, día tras día: que «tenía que haberme pasado a mí y no a ella», además de «bastante mal lo están pasando como para yo encima suponerles un problema». Con ese cargo me he tirado no sé cuántos años de mi vida, el dejar de hacer lo que verdaderamente me apetece por complacer a mis padres, por no decepcionarles, por no darles más problemas ni calentamientos de cabeza; me he mantenido al margen, siempre he intentado ser una hija ejemplar, sacando las mejores notas, siendo la primera de la clase, en baile y sobre todo como persona. Pero nunca ha sido suficiente y siempre he intentado sacarlos del pozo en el que día a día se encontraban hundidos. Pero… ¿y a mí? ¿Quién me saca a mí de ese agujero en el que yo también estoy tan adentro? ¿Quién mira por mi bienestar? ¿Quién se preocupa por lo que a mí realmente me apetece? O el simple hecho de verme actuar en las obras de ballet, porque desde luego mis padres hace tiempo que dejaron de hacerlo.


Desde que murió mi hermana yo he pasado a ser un cero a la izquierda, un segundo plano, una mierda seca. Antes del maldito accidente mi madre no dejaba de estar encima de mí; yo era la niña de sus ojos, la que llegaría muy alto en el mundo de la danza y la que sería una gran bailarina: «Pequeña, tienes un don y debes aprovecharlo, estoy segura de que serás lo que tú quieras ser», me decía mi madre una y otra vez cada día, y no es que menospreciara a mi hermana —evidentemente nos trató por igual—, pero mi madre y yo desde siempre tuvimos algo en común, «el baile». Nos fascinaba por igual, lo vivíamos, lo sentíamos y, por desgracia, ella nunca tuvo la oportunidad que a nosotras desde muy pequeñas nos brindaron, y lo que ocurrió fue que su sueño lo estaba convirtiendo en el nuestro.


Mi hermana ALBA era mi pareja de ballet en casi todas las obras; las dos juntas llegamos a hacer unos espectáculos increíbles, aunque ella lo hacía por mí, no porque le apasionara la danza. Éramos inseparables, pero de gustos diferentes; donde iba una allí que iba la otra. Teníamos el mismo grupo de amigos, aunque muy a menudo prescindíamos de él porque nos teníamos la una a la otra como mejores amigas. Desde entonces… una importante parte de mí se fue con ella. Esa es otra historia que algún día con más ganas os contaré…
Mi madre, pese a que siempre llegaba a agobiarme mucho…, no, muchísimo, y era la más pesada del mundo mundial. Pero suelen decir que cuando tienes algo no lo aprecias lo suficiente hasta que deja de estar; es ahí cuando entonces lo echas tanto de menos que te das cuenta de que lo has perdido…, y yo he llegado a echar mucho de menos a la pesada de mi madre.


En fin, mi casa estaba llenas de normas, reglas y protocolos, desde que nos sentábamos a la mesa a comer hasta que nos íbamos a dormir. Nunca me dejaron ser yo misma y encima, sin comerlo ni beberlo, de pronto me sentía sola, triste, agotada, sin nadie con quien poder llorar ni con la que desahogarme, sin nadie a la que gritarle y sacar toda esta frustración que sentía por dentro que cada noche ahogaba a gritos en mi almohada. Por eso ahora más que nunca estaba decidida a contarle a mis padres que quería dejar la escuela de danza. Desde hacía unos meses había empezado a quererme un poquito más y a decidir por mí misma lo que de verdad me gustaba hacer: «Bailar sin reglas, mamá». Hostia tremenda que me llevé; me caí hasta de la silla en la que estaba sentada. Aunque fue la primera y última recibida en toda mi existencia, me llegó hasta lo más profundo de mi alma. La cara me escocía y me ardía por el dolor; las lágrimas y los sollozos comenzaron a salir desde mi garganta sin poder contenerlos.


—¡¡Alejandra!! ¡¡Sube inmediatamente a tu habitación y reflexiona sobre lo que acabas de decir!! ¡¿Qué clase de educación te hemos dado?! Como para que ahora nos vengas con que estás bailando tirada en las calles como una cualquiera. ¡¿Qué hemos hecho para merecer esto, Señor?!


Mi madre se puso completamente fuera de sí. En la sala solo se escuchaban chillidos, gritos y más quejas; nunca jamás la había visto así, hecha una auténtica fiera. Mi padre, el pobre, no se atrevió ni a abrir la boca; yo me levanté del suelo, dejando la silla ahí tirada y sin dejar de frotarme la mejilla con la mano me sequé las lágrimas que recorrían mi cara por el escozor. Sin decir ni una palabra me fui a mi guarida a llorar con todas mis ganas. No había más que decir…, total, mi madre no iba entrar en razón; ni siquiera me escucharía, es más, no intentaría ni entenderme. Esa noche no dormí, pero sí lloré mucho por la presión que oprimía mi pecho, por la impotencia que sentía… Y evidentemente fui incapaz de dejar la danza, pero tampoco renuncié a nada más.

2ALEX


Mi nombre es Alejandra Almenara, pero todos me llaman Alex; todos menos mi madre, que me llama Alejandra con todas sus letras. Tengo 23 años y estoy en el último año de carrera. Curso el Grado en Estudios Literarios, porque desde siempre me han apasionado los libros, leer, escribir y adentrarme en un mundo distinto al que vivo. Me resulta alucinante ver cómo personas son capaces de hacerme soñar a través de sus palabras; te emocionan y te ayudan a olvidar este puto mundo real del que vengo. Así que no me lo pensé ni dos veces antes de matricularme en esta carrera. Algún día me encantaría ser capaz de llegar a escribir una historia, la cual provoque mil sensaciones a aquellas personas que la lean.


Me gustan muchas cosas, sobre todo estar activa… Me gusta el deporte (aunque no lo practique muy a menudo), me gusta tumbarme en la alfombra de mi habitación y tirarme las horas muertas leyendo y soñando despierta, me gusta conocer gente nueva, personas que me aporten algo en la vida y que me hagan reír mucho. Pero sobre todo me gusta bailar, porque cuando lo hago me siento libre, me siento grande e inalcanzable; siento cómo una parte de mí que tengo muy escondida sale a la luz y se expone ante todo el mundo. Cuando bailo… soy yo.


Antes de que mi vida cambiara yo era más atrevida, extrovertida, alegre, divertida, despreocupada y sobre todo risueña… Siempre me reía por todo y en todo momento me sentía capaz de comerme el mundo, pero desde hace tiempo todo eso se perdió muy dentro de mí: se apagó como el que apaga una luz, incapaz de volver a encenderla nunca más, y se escondió en alguna parte de mi cuerpo. Entonces empecé a pasar desapercibida, a encerrarme en mí misma y a sonreír solo cuando era necesario. Suelo llamarme persona gris, desganada y con los ánimos por los suelos. Lo único que no ha cambiado son mis ganas de bailar, de sentir la música desde que entra por mis oídos hasta que sale por la punta de mis pies. Es ahí cuando dejo de pasar desapercibida, porque con cada movimiento de mi cuerpo revivo esas cualidades escondidas y encerradas bajo llave; noto cómo desprendo despreocupación y a la vez intensidad, seguridad y pasión; dejo ver ese amor que aún no he regalado a nadie, pero que lo llevo guardado en un rinconcito de mi ser; sale la alegría que un día sentí; y sobre todo transmito fuerza, tanta que asusta. Hago sentir lo que llevo dentro y sé que pongo los pelos de punta a quien me ve bailar, porque de lo contrario dejaría de hacerlo.


Cuando entré en la universidad ya era gris, solitaria y aburrida… Mis días eran mecánicos y rutinarios (levantarme, vestirme, clases, comer, danza, comer y dormir…). Algún día puede que os cuente a qué se debió el cambio en mi estado de ánimo; aún no me siento preparada para decirlo en voz alta. Solo os adelanto —y os lo digo por pura experiencia— que un día lo tienes todo, eres la persona más feliz del planeta, tienes amigos y tienes ganas de comerte el mundo…, y al otro día pierdes una parte de ti y es cuando tú también quieres dejar de existir, porque te das cuenta de que así ni puedes ni quieres vivir. Te falta el aire, te ahogas con tu propia saliva, no se te va ese dolor tan intenso que sientes en tu corazón y solo te preguntas… ¿Por qué mierda sigues tú en este jodido mundo si no quieres seguir viviendo? Así no.

A lo que me refiero con todo esto es que la vida te cambia de la noche a la mañana y los días nunca dejan de ser como una ruleta rusa, que jamás sabes si te tocará perder a ti ni cuándo llegará. De esto trata esta puta vida, ¿no? Ahí fue cuando me volví más adicta a los libros, como terapia o por yo que sé, pero cuando empecé a escribir eso me hizo olvidarme por un momento de mi existencia, y empecé a crear mis propias historias con sus personajes y sus dramas, sus problemas y sus soluciones, historias que me dejaban interiorizar en lo más profundo de mí y sacar toda esa mierda que uno lleva dentro. Se me ha pasado contaros que era —y soy— la persona con más imaginación del planeta, por eso cada capítulo que escribo parece incluso más real que el anterior. Cada vez que engullo un libro sueño despierta; me olvido de los jodidos días porque para mí eran todos igual de aburridos y lentos, pero cuando dejaba de leer o escribir y mi cabecita morena empezaba a pensar de nuevo con la mente fría me moría de pena otra vez: veía cómo se me hacían eternos los minutos, las horas, los días, las semanas…, Qué pena desperdiciar algo que me habían regalado y que no quería, «mi vida» no la quería…


Un día estando en mi habitación (santuario de mis mierdas)… Ahí era donde lloraba cada vez que me daba la gana, sin preocuparme por esconderme, sin tener que explicar, sin tener que secarme las lágrimas (que eso era día sí y día también). Y si os preguntáis que por qué lloraba… En esos momentos ya ni lo sabía.

Había cosas que ya había superado, como por ejemplo la muerte de mi hermana. Más que superado me había conformado, por decirlo de alguna manera, porque no me quedaba de otra, que no quiere decir que la hubiese olvidado, eso jamás, pero sí es verdad que el tiempo te da algo sin quererlo, y eso es acostumbrarte a vivir con lo que te deja. Cada minuto del día me sentía más triste, sin ánimos ni siquiera para vestirme… Y ya ni os imagináis lo que me costaba ir a clase, cruzarme con gente o tener que hablar con alguien: eso me agotaba. Una noche, cuando estaba en mi cama leyendo, se me vino a la cabeza algo perverso, cruel y monstruoso. Por un momento dejé de leer y seguí pensando en algo muy oscuro. «¿Y si… me hacía daño a mí misma? A lo mejor mi cabeza me dejaría descansar de una vez por todas y dejaría de sentirme culpable…». Cuando ese pensamiento cruzó por mi mente me dio mucho miedo, tanto que el corazón empezó a latirme a mil por hora. ¿En qué demonios estaba pensando, joder? Ahí fue cuando entendí que necesitaba ayuda y rápido, porque lo que tenía era evidentemente una depresión de caballo; no hay que ser muy listo para darse cuenta cuando uno se empieza a plantear cuál es la mejor forma —y la más sencilla— para quitarse la vida. Gracias al cosmos, a los astros o a la coincidencia divina de esta vida, pusieron a Marta en mi camino en los años más mierdosos de mi existencia. Claro, que yo ya estaba en tratamiento psicológico y se podría decir que era un poco más humana y algo más sociable.

3. MARTA


En muy resumidas palabras… Marta es una loca del moño con un corazón que no le cabe ni en el cuerpo. Es la persona más alegre y positiva del mundo entero; su cara es de risa y no precisamente por fea, al contrario: está más buena que el pan, a los tíos los tiene locos y a más de una tía casi que también. Paso que da, cabezas que se giran para mirarla. Pero dejándonos el físico a un lado… Es una persona que siempre tiene ganas de reír, ve la vida de una manera muy peculiar y a todo le saca su propio argumento. Es feliz, y lo mejor de todo es que nos lo contagia. Se podría decir que es la luz que toda persona le gustaría tener para no perderse en su propio camino.


El primer día que vi a Marta fue en la facultad y me quedé embobada, yo y el resto de la clase de literatura inglesa (por su arte y gracia y esas piernas milimétricas dignas de envidiar), aunque llegó tarde y despavorida, con la cara más roja que un tomate, y ahora que la conozco os puedo asegurar que no precisamente por vergüenza: esa palabra en el diccionario de Marta Guzmán no existe. Me dejó loca su melena pelirroja (natural), ondulada y larga. Es guapísima, tiene una cara dulce pero a la vez pícara.


Pues resulta que se perdió buscando la clase, pero antes se metió en otra sin nada que ver con la nuestra y al darse cuenta salió como cola que pisa el Diablo. Cuando entró se sentó a mi lado; yo era lo más cercano que pegaba a la puerta. Me eché hacia un lado y se sentó a mi derecha.
—Hoy no es mi día. —No dejaba de refunfuñar por lo bajini y yo no pude evitar sonreírle.
Me contó que se había perdido tres veces en lo que llevábamos de mañana y estábamos a primera hora. No hay más que decir… Es muy lista, pero también muy distraída.


Cuando terminó la clase me fui directa a la cafetería, como de costumbre. Al igual que todas las mañanas, me encontré en la misma esquina de siempre al mismo grupo de chicos y chicas de todos los días; parecía que vivieran en la propia cafetería. No suelo fijarme mucho en la gente en general ni la gente suele fijarse mucho en mí. Cuando desayuno me encanta sacar mi libro y enfrascarme en su historia, pero ese grupito de chavales llamaban demasiado mi atención por sus risas escandalosas, sus charlas animadas de yo que sé, pero en las que todos participaban en esas conversaciones que no decían nada pero a la vez lo decían todo. Y de vez en cuando escuchaba la risotada de uno de ellos o de todos juntos, entonces no podía evitar levantar la vista de mi libro y sonreír sin darme cuenta (reconozco que los envidiaba un poco…, bastante).


Esa misma mañana, cuando alcé la vista allí estaba ella, en medio de todo el meollo de zagales, riéndose a carcajadas y todos siguiéndole el rollo. Nos cruzamos las miradas y al darse cuenta me hizo un gesto con la mano para que me uniera con ellos. Buá. Me hice la loca (que eso se me da genial) y seguí a mi rollo con la lectura. También coincidimos en la siguiente clase y en la siguiente y en todas las demás. Así que cuando Marta entró por la puerta (esta vez puntual) vi cómo me buscaba con la mirada y, acto seguido, se volvió a sentar a mi lado.


—Antes te has hecho la loca, ¿verdad? Yo es que suelo hacérmelo mucho. —Ese comentario me pilló por sorpresa y no pude evitar sonreírle.


—¡Me has pillado! Soy de las que les encanta pasar desapercibida. —No me anduve con rodeos.


—Pues señora desapercibida, encantada de conocerla. Me llamo Marta. —Me extendió su mano mientras me guiñaba un ojo.


—Igualmente. Yo, Alex. —Imité su gesto.

4. EL GRUPO

—¡Chicos! A verrrr… Un poquito de atención, por favorrr. —Marta gritaba mientras daba fuertes palmadas para llamar la atención de todos—. Que os quiero presentar a Alex. Alex, estos son Eric, Carlos, Albert, Sara y Tina.


Todos asintieron con la cabeza, devolviendo el saludo, y Marta siguió hablando como una auténtica cotorra.


—Esta tarde he invitado a Alex al ensayo. Me ha contado que es danzarina, es decir, lleva no sé cuántos años en la danza y me huele a mí que a esta le corre el rito por las venas. No tiene pinta de estirada. —Carraspeé mientras la miraba con una ceja levantada, haciéndome notar.


La tía hablaba de mí como si yo no estuviera, increíble. Aunque la verdad es que no me molestó, al contrario: me encantó su naturalidad.


—Nos vendrá de lujo para que nos eche un cable con el bloqueo de la coreo de esta semana.


Y fue entonces cuando todos se liaron a preguntarme cosas sobre la danza, sobre el tiempo que llevaba bailando… Y aunque lo que menos me apetecía en esos momentos de mi vida era conocer gente nueva, todos me lo pusieron muy fácil y, sin darme cuenta, ya estaba integrada en las conversaciones de ese día, y en las del siguiente y en las demás y en las de todos los días. Porque ese rinconcito tan ruidoso y que tanto envidiaba desde hacía unos días también empezó a ser algo mío, y no solo eso…


La otra tarde quedé con Marta en el barrio de La Latina, en un local vacío de los padres de Eric; bueno, por fuera era un local, por dentro parecía un mini gimnasio, con espejos en todas las paredes. En una esquina estaban las pesas de diferentes tamaños, colchonetas apiladas una encima de la otra y una especie de espalderas de madera atornilladas a la pared. Unos enormes ventanales daban luminosidad a toda la sala. Un local pequeño, pero con el espacio suficiente para moverse. Ese lugar tenía algo que me gustaba. Desde que entré por la puerta sentí como que empezaba a formar parte de algo que aún no sabía explicar exactamente de qué se trataba, pero era una sensación familiar, como si en algún momento de mi vida ya hubiera sentido eso. Y de pronto me vino a la cabeza una imagen de mi preciosa ALBA sonriendo. Sí, ella me hacía sentir así… «arropada». No sé si es la palabra más exacta para describir esa sensación.


Los chicos me saludaron nada más verme entrar con Marta, y el que no se percató de nuestra llegada ya se encargó la tía de llamar su atención. En la sala de los espejos se encontraban Eric, Albert y Carlos; aún faltaban las chicas por llegar. Estos se acercaron hasta nosotras y en ese preciso instante algo llamó mi atención; mejor dicho, alguien de ojos muy azules llamó mi atención. Y esos preciosos ojos pertenecían a Eric, que cuando se cruzaron con los míos me dejaron muerta, petrificada, deshecha, vulnerable… Increíble, en aquellos momentos tenía una mirada intensa y profunda, como si tratara de leerme el pensamiento o más bien ver más allá de mi camiseta y mis vaqueros. Notaba cómo su mirada fija se clavaba en mí mientras yo terminaba de saludar a los chicos y, al girarme de nuevo, volví a cruzarme con esos ojos recorriéndome de abajo arriba. Aunque yo no es que me quedara atrás; no pude evitar hacerle un escáner completo, y puedo confirmar que todo lo tiene completamente perfecto. Su cuerpo es de «mírame y no me toques, porque si lo haces te derrites, nena». Los tres tienen un cuerpazo de escándalo y sus caras, por generalizar un poco, parecen modelos sacados de una jodida revista de moda. Ese estilo desaliñado (pelo incluido) les sienta de maravilla. Y volviendo a centrar todas mis atenciones en Eric… Cuando los demás se repartieron por toda la sala para seguir trabajando esos cuerpos serranos, este se quedó un rato más conmigo; para ser más exactos, justamente enfrente de mí. «Umm… Estatura perfecta para mi gusto», pensé.


—Entonces… ¿me vas a enseñar lo que sabes hacer? —me soltó con un tono pícaro. En ese instante el vello de todo mi cuerpo se erizó.
—Pues… no creo que mi estilo sea el vuestro, aunque… dicen que de las mezclas sale lo sorprendente, ¿no?


Reconozco que le seguí el juego un poco, pero no tardé en irme en busca de Marta y dejarlo allí plantado en mitad de la sala. Empezó a ponerme nerviosa o retozona o las dos cosas, da igual; la cuestión es que Eric me ponía como una moto con solo mirarme. Lo que me hipnotizó desde primera hora fueron sus ojos, que iban a juego con una preciosa sonrisa, de dientes perfectos y labios… umm, para morderlos durante horas. Que alguien me atrajera tanto de aquella manera era totalmente nuevo para mí.


Aún sigo pensando que Eric me tonteaba desde el primer momento que nos conocimos, porque nos gustamos nada más vernos y, ahora que lo conozco un poco más, sé de sobra que es un pícaro de mucho cuidado, aunque al respecto también puedo decir que tiene muy buen corazón y es muy buen chaval, muy suyo y muy todo, pero le encantan las mujeres más que a un tonto un lápiz, y la verdad es que es una pena que sea así, porque de lo contrario hubiésemos tenido algo muy especial. Desde el primer momento, entre los dos hubo un tipo de conexión diferente a los demás.


Marta me pegó un codazo, llamando mi atención para que la siguiera. Quería enseñarme el resto del local antes de que llegaran todos.


—Esta es la sala donde nos pasamos las horas muertas moviendo el culo, esta puerta da a un baño y esta de aquí a un almacén. La segunda es una oficina, pero la utilizamos de trastero para meter todos los chismes de lo que antes era la tienda. —Y mientras ella hablaba y me explicaba yo asentía, sin poder evitar quitarle el ojo a Eric.


—Este sitio es genial, no parece que aquí haya habido una tienda —le respondí, y ella sonreía. Siempre sonreía. Aún pienso que su cara lleva pegada la sonrisa con un pegamento especial. Es auténtica y única.


Cuando llegaron las chicas se hicieron notar desde que entraron por la puerta; venían pegando unas carcajadas que se escuchaban desde lo más hondo de la calle. Marta corrió hacia ellas. Las tres se abrazaron a la vez.


—¡Petardas! ¡Llegáis tarde! —Se dieron un piquito las tres a la vez y luego se troncharon de la risa.


Allí dentro se respiraba un ambiente muy divertido y muy sano. Sara y Tina se acercaron hasta mí —también muy animadas— para saludarme con esa alegría despreocupada que yo envidiaba. Las dos son guapísimas; parecen modelos de pasarela Cibeles, tienen su estilo propio. Sara es un poco más morena y más bajita, pelo corto, muy corto, pero le sienta de maravilla, porque le resalta aún más los rasgos de su cara y de su piel morena. Unos tatuajes chulísimos le recorren gran parte del brazo derecho, donde se pierden hasta por debajo de la camiseta. Me dieron ganas de asomarme por debajo de la camiseta para ver hacia dónde llegaban, más que todo por simple curiosidad. Y Tina ídem de lo mismo: tatuajes indescifrables que también le sientan de muerte con su estilo; su pelo es a lo afro, que la hace de lo más sexi; de color miel, con mechitas rubias y ojos verdes rasgados. ¡Monísimas!


—Bueno… —Marta empezó a frotarse las palmas de sus manos, llamando nuestra atención, y a los pocos segundos todos nos juntamos en el centro de la sala.


—¡Ya estamos todos, por fin! Alex —se dirigió a mí directamente—. Te resumo así por encima… Tenemos un problema grandísimo, que digo grandísimo… ¡ENOOORME!


Me decía aquello poniendo los brazos exageradamente abiertos, como para explicarme el «ENOOORME» problema, mientras yo intentaba poner todos mis sentidos en lo que decía para no perderme.


—No sé si has oído hablar del festival internacional que se celebra en Brasil entre el 13 y el 18 de junio, en Río de Janeiro. Acoge la séptima edición de «Rio H2K». Por lo que a finales de abril se celebran las primeras competiciones, las cuales tenemos que ir pasando para poder llegar al campeonato final… Y queremos hacer algo grande, algo diferente, algo que sorprenda, pero sobre todo algo intenso. Algo que guste tanto que ponga de punta hasta los pelos del culo. —Todos reímos por sus comparaciones absurdas.


Marta siguió contándome que eran muy buenos, que empezaron compitiendo en las calles y poco más, pero que hace unos meses suelen ir al Rinch todos los fines de semana, una discoteca muy conocida en el barrio más cotizado de Madrid, donde está todo el glamur concentrado de la capital, una pasada… Yo he estado un par de veces y aluciné como una mona.
—Pero ir allí vale una pasta y sobre todo cuesta trabajo entrar —le dije.


—¿No me digas? Princesa, que tenemos pase VIP y no precisamente por nuestra pasta.

Desde que nos dimos a conocer el Rinch es nuestra segunda casa, nos contrataron para animar a la gente a competir bailando. —La miraba extrañada, como si me estuviera hablando en braille, y ella continuó…—: El Rinch, aparte de ser la discoteca más glamurosa de todo Madrid, como ya sabrás…, es muy conocida por sus batallas de baile, más exactamente de danza urbana. Baile callejero, nena.


Me aclaró y siguió explicándome un poco más cómo funcionaba todo aquello, y la verdad es que me llamó mucho la atención ese mundo…

5. TRES, DOS, UNO… ¡A BAILAR!


Marta le dio al play… Y en tres, dos, uno empezó a sonar un remix de música. Primero muy suave, y con ella iban siguiendo los movimientos de cada uno, todos al mismo ritmo: mismos movimientos, misma conexión, misma intensidad… Los chicos estaban colocados en la parte de atrás; Tina, Marta y Sara en la parte delantera. Todos en forma de zig zag iban alternando movimientos; la música se aceleraba poco a poco y con ello sus movimientos, cada vez más agitados. Ellas tres se movían todavía más conectadas, como si se tratase de una única persona con un mismo objetivo, y los chicos desde atrás seguían sus pasos y de vez en cuando alternaban alguna que otra voltereta en el aire. Ninguno perdía el ritmo; todos al mismo compás. Mi cara era todo un poema, a la que le seguía una sonrisa de oreja a oreja, la cual no me dejaba parpadear.

Me encantaba lo que estaba viendo, tanto que apoyé mi espalda en la pared y me dejé caer hacia el suelo por pura inercia. Me quedé sentada con la mirada clavada en aquellos seis cuerpos que no dejaban de bailar. Hasta que no acabaron la maravillosa coreografía no pude cerrar la boca; mi cara era de… «¡Yo también quierooo!».
—¡Venga, pequeña! ¡Ahora te toca a ti! —Marta lo debió de leer en mi cara, porque vino directa hasta mí. Aún con su respiración agitada por el esfuerzo y sin dejarme ni responder, me cogió de las manos y de un tirón me levantó de un salto—. Te enseño los pasos rápido y después los entrelazamos todos con la música…


—¿Qué dices, loca? —reaccioné a tiempo—. Yo eso… no, no voy a saber hacerlo. —Le dije, negando también con mi cabeza, aturdida por la emoción.


—¡Ya verás! Es muy fácil, solo escucha la música y déjate llevar… —Tina, desde atrás, insistía.


—En serio, lo que yo hago es muy diferente a lo que acabo de ver. Me tengo que ir a clase, ¡mañana nos vemos!
Y salí corriendo.


—Pero… ¡Alex!


Escuché mi nombre a lo lejos. No me volví y seguí corriendo en dirección a la escuela.


*****


Madre mía, en nada se parecía lo que acaba de ver con lo yo hacía día tras día en la escuela de danza. Ellos cuando bailaban eran auténticos: se les notaba que disfrutaban con cada movimiento que les permitían sus articulaciones; trasmitían tanta fuerza, tanta pasión y tanta seguridad en sí mismos que realmente asustaban. Cuando yo bailo mi cabeza es la que manda en mi cuerpo (espalda recta, brazos estirados, barbilla cerca del esternón, sissone, cabeza erguida, demi-plié…); ellos, en cambio, bailaban con el alma, con el corazón, con los sentimientos… Y Marta diciendo… ¿que solo me deje llevar? ¡JA! Me he tirado parte de mi vida acatando órdenes y rectificando cada una de mis posiciones como para ahora dejarme llevar sin más, como si fuera tan fácil…


Y no es que esté diciendo que no me gusta lo que hago, para nada: la danza me encanta y es mi vida, pero es algo tan… tan diferente que no se puede comparar. Son como dos polos opuestos, como la noche y el día, como la muerte y la vida, como el amor y el odio, pero al fin y al cabo dos polos que se atraen. La danza es sofisticación y el strip dance es la locura total. Cuando bailo también siento, pero mi cabeza me impide dejarme llevar, mi mente solo trata de corregir movimientos erróneos. Y lo que acababan de ver mis ojos y de sentir mi corazón no lo había sentido jamás. Solo la vez que mi madre me llevó a ver mi primera obra sentí algo parecido en el estómago y, desde entonces, supe que quise bailar y volar como aquellas bailarinas que parecían pura seda.


Cuando los vi bailar empecé a notar algo dentro de mí, algo fuerte, una especie de sentimiento, como una mezcla de todos los sentidos juntos dentro de mi estómago, algo así… como si mezclaras el chocolate y la nata, te lo llevaras todo a la boca y te parases durante unos segundos con los ojos cerrados para saborearlo mejor. Sí, eso es: es como el placer que te hace sentir esa mezcla de sabores dentro de tu boca… Pues algo parecido fue lo que yo llegué a sentir, una especie de placer dentro de mí, una corriente de calor que recorrió toda mi espalda. Aluciné en colores cuando vi moverse a las chicas y en especial a Marta, aunque todas parecían una sola; repito, increíble, pero Marta destacaba entre todos. Y ya ni qué deciros de cuando vi a los chicos compenetrarse de aquella manera entre ellos, sintiendo cada uno de sus movimientos y haciéndome sentir a mí y a mi cuerpo también. Cuando vi a Eric bailar me quise morir. Si con solo su mirada ya me provocaba… imaginad lo que podía hacer con sus movimientos.


En aquellos momentos no llegué a entender qué fue lo que me hizo salir de allí corriendo como un petardo; ahora he podido comprender lo que me pasaba. Y es que… yo era nueva en eso, nueva en sentir, en experimentar sensaciones. Y lo que empecé a notar en mi estómago no me era familiar. Me asusté y corrí como una tonta hasta que llegué a comprender que eso era agradable y que quería un poco más.


Y… ¿por qué no dejarme llevar?

Algunos lectores dices:

TamaraSi gusta Elisabet Benavent esta autora os va a gustar

He estado entretenida de principio a fin del libro. Una trama diferente a lo que he estado leyendo
últimamente. Me ha gustado la Evolución de la protagonista desde el principio que es cuando está pasando por un mal momento por la perdida de un ser querido y cuando va evolucionando por la amistad, el amor y por su pasión por el baile. Si os gusta Elisabet Benavent entonces también os gustará esta autora os la recomiendo.

AnaPreciosa y emotiva!!!!

Una amiga me ha recomendado este libro y no he dudado en comprarlo. No soy una asidua lectora del género romántico, pero os aseguro que no será el último que lea de esta autora.

En esta novela conocerea Alex, una chica adolescente que ha sufrido un golpe muy duro del que no logra salir y, a mayores, su situación familiar no es la mejor ya que Alex siente que a sus padres no les importa como se encuentra ella. Su única vía de escape es la danza y su mejor amigo, Nico.
El personaje de Alex me ha encantado, pasó de ser una chica triste, algo indecisa, a ser valiente, luchadora que junto a sus nuevos amigos intentará conseguir sus sueños.
Escrito con un lenguaje cercano( personalmente algo que me encanta), muy fácil de leer es una historia de superación y sentimientos.
Muchas gracias a la autora por escribir novelas tan bonitas. Recomendable 100%.

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